La delincuencia escolar

09/01/2014 - 23:00 José Serrano Belinchón

Con el final de las vacaciones el mundo vuelve a la normalidad, laberinto de la vida corriente. Entre un importante sector de la sociedad, infancia y adolescencia incluidos, el ciudadano de a pie vuelve a encontrarse con la cruda verdad del cotidiano vivir, con todas las luces y las sombras que cada día nos sorprenden con nuevos matices. Con la reanudación del curso escolar reaparecen por doquier, como renuevo de algún suceso de última hora, las noticias acerca de la violencia escolar que ya en su día al primer ministro francés, Leonel Jospin, le llevó a declarar que “la violencia escolar se ha convertido en un verdadero problema político”; de hecho, durante los últimos veinte años el gobierno de al otro lado de los Pirineos ha lanzado cuatro planes de actuación contra la delincuencia en la escuela. Como podemos ver el problema se ha generalizado; no es un mal que sólo nos afecta a nosotros, lo que no quiere decir que no nos importe y que nuestra postura deba ser la de verlo pasar con los brazos cruzados. Cuando a los males -y éste lo es- no se les pone remedio, se agravan cada vez más. Los motivos para que el nefasto fenómeno se produzca hay que buscarlo en lo que tiene de reflejo de lo que es la sociedad en cada momento. Según E. Debardieux, director del Observatorio Europeo de la Violencia Escolar con sede en París, “existe una sociología de la violencia que recubre la excursión”, y añade cómo “ciertos medios audiovisuales exaltan la violencia”. Situación cierta con especial efecto en las zonas desfavorecidas y en los urbanismos degradados de las grandes ciudades, que acrecientan el paro, las situaciones de pobreza, así como el ambiente familiar infecto por no pocas de las modernas tendencias. Es buena cosa que la sociedad, a la vista de lo que ocurre en algunos de los centros escolar del primer mundo, se vaya ocupando del problema y ensaye posible soluciones al mismo, en las que no debería faltar el respeto al trabajo, el principio de autoridad, y el que los centros no se consideren escuela de instrucción únicamente, sino de formación humana también, de educación en definitiva. Por parte de los padres, que deben ser los primeros interesados en la educación de sus hijos, su función principal no es otra que la de ser eficientes colaboradores del centro en el que se forman, al ser posible sin interferir en la labor docente del profesor, siempre que ésta se encuentre dentro de la línea marcada por el Reglamento del Centro, sin olvidar que la educación recibida en la familia va a ser la base en la que se apoye la personalidad del escolar durante el resto de su vida. Las instituciones, tanto locales como nacionales, tienen también su papel, sobre todo por cuanto se refiere al apoyo, mantenimiento y protección de los centros que de ellas dependen, a veces un tanto descuidado pese a ser la más llevadera, y no por ello la menos importante de cuantas entidades están comprometidas en la tarea educativa junto a la que corresponde a los padres, a los profesores, y, por supuesto, a los propios alumnos. Lo que sea la escuela de hoy será la sociedad de mañana; y hay mucho que subsanar, ya lo creo.