Emigrantes y refugiados: Hacia un mundo mejor

17/01/2014 - 23:00 Atilano Rodríguez

El domingo, 19 de enero, se celebra la «Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado». Con esta celebración se cumplen los cien años de servicio permanente de la Iglesia a millones de hombres y mujeres que, más allá de sus creencias, del color de la piel y de la identidad cultural, forman parte de la gran familia de los hijos de Dios y, por tanto, son hermanos que han de ser acogidos, amados y respetados en su dignidad y en sus derechos. Partiendo de esta premisa, el Papa Francisco, que nos precede con su testimonio de amor a los más pobres y que calificó como auténtica «vergüenza» para la humanidad el comportamiento con los emigrantes al visitar la isla de Lampedusa, vuelve a recordar al mundo entero, en el mensaje con ocasión de la Jornada de este año, que los emigrantes y refugiados no pueden ser utilizados ni tratados como peones con los que se pueda jugar sobre el tablero de la humanidad. Cuando nos acercamos a los medios de comunicación, tenemos que constatar con profundo dolor que, con frecuencia, muchos emigrantes, hermanos nuestros, entran a engrosar la larga lista de las nuevas formas de esclavitud humana. Entre estas nuevas modalidades de esclavitud, podríamos señalar la actividad laborar ilegal o mal remunerada, el sometimiento de niños y mujeres a la prostitución indeseada y la utilización de la pobreza y del engaño para traficar con las personas de los emigrantes. Ciertamente, la solución del fenómeno migratorio es muy compleja, pero si queremos avanzar con decisión en la construcción de un mundo mejor para todos, antes tenemos que contemplar a los emigrantes y refugiados no como objetos, de los que podemos servirnos cuando los necesitamos para desecharlos cuando no son rentables. Detrás de los rostros de dolor y sufrimiento de cada uno de ellos, hemos de ver a «niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser “algo más”».
Nuestra Iglesia diocesana, por medio de las personas que trabajan en la Delegación de Migraciones, del Centro de refugiados de Sigüenza, de Cáritas o de otras instituciones religiosas no se limita a denunciar la indigna explotación de emigrantes y refugiados, sino que nos invitan a todos con su testimonio a acogerlos, a facilitarles la integración en nuestra realidad social y a descubrir su riqueza cultural, sus valores espirituales y su comprensión de la vida. Todos los cristianos y las personas de buena voluntad, al plantearnos la relación y el trato con los emigrantes y refugiados, no deberíamos olvidar aquellas palabras del beato Juan Pablo II, en las que nos recordaba que «la catolicidad de la Iglesia no se manifiesta solamente en la comunión fraterna de los bautizados, sino también en la hospitalidad brindada al extranjero, cualquiera que sea su pertenencia religiosa, en el rechazo de toda exclusión o discriminación racial, y en el reconocimiento de la dignidad personal de cada uno, con el consiguiente compromiso de promover sus derechos inalienables».
La población no puede vivir en la desesperación y en el descontento permanente. Hemos de crear otro clima más comprensivo y humano, inspirado en la fuerza moral de la conciencia, a modo de examen interior de cada cual. Pienso que es la manera de que cambie el mundo, escuchando nuestra propia voz interior y poniéndola al servicio de la justicia, con la libertad debida. Para tomar conciencia sobre el futuro que queremos, indudablemente tenemos antes que crear conciencia tolerante y comprensiva, ahondar en nosotros, y ver la forma de unir voces para crear una voz poderosa y constructiva ante tantos desórdenes e inhumanidades que a diario vivimos, como espectadores o víctimas. Con urgencia, tenemos que aumentar la conciencia de los derechos de las personas, además de activar programas formativos para tomar en consideración lo importante que es el respeto en una convivencia. Tenemos que aprender a vivir como ciudadanos del mundo.