Campanadas tercermundistas

27/03/2014 - 23:00 José Serrano Belinchón

Desde la terraza de casa observé hace unos días a dos personas buscando alimentos en el contenedor de la esquina de mi calle; sacaban cosas de las bolsas de plástico y las guardaban en una saca de tela a la vista de todos. El recurso del contenedor para algunas familias es uno más de los indicadores que marcan de modo inequívoco el momento actual de la sociedad en el nuevo siglo. Se trata, sin duda, del problema más urgente a resolver, muy por encima de otros muchos a los que los Estados -y me refiero en especial a los del llamado Primer Mundo- atienden con prioridad y en los que no está en juego algo tan sagrado como es la vida del hombre.
No hablemos de la situación en los países pobres, donde la gente huye en masa con un motivo tan justificado y tan humano como es su derecho a vivir, a no morir de hambre. Con irritación y con vergüenza propia leí días atrás que en el mundo se pierde cada año entre un 25 y un 33 por ciento de los alimentos que se producen. “Millones de personas en todo el mundo se van a la cama con hambre, mientras que millones de toneladas de comida van a parar al basurero o se pierden camino del mercado”, ha dicho el presidente del Banco Mundial en el boletín Food Price Watch de dicha institución; a lo que podemos añadir la opinión de otro experto, el británico Tristam Stuart, autor del libro “Despilfarro”, quien afirma que “Los 40 millones de toneladas de alimentos que cada año se desechan en EE.UU. podrían alimentar a los casi mil millones de personas que padecen desnutrición”.
El problema es grave y su posible solución está en manos de los que dirigen los principales países de la tierra. Urge tomar conciencia de que la dignidad del ser humano, por la simple razón de serlo, es la misma para todos y para cada uno de los individuos que formamos la especie, con independencia de su raza, de sus creencias, de su particular manera de pensar y de su procedencia geográfica, y urge desterrar de una vez por todas el imperio de la ley del más fuerte, la más antigua y la más injusta de todas las leyes, por desgracia tan universal y tan incrustada dentro de la condición humana.
Se impone acabar con el despilfarro como sistema al uso para sacar al mundo adelante y poner en práctica, a falta de algo mejor en tanto se llega a la solución definitiva, algunas iniciativas tan originales como lo puede ser la organización de banquetes públicos, con la comida que los grandes supermercados sacan de sus estanterías por encontrarse a punto de caducar, que tan buen resultado está dando en Londres, donde unas cinco mil personas se están aprovechando de esos productos, sistema que así mismo han puesto en practica otras importantes ciudades de la Unión Europea, bajo el lema “Llenemos los estómagos y no los contenedores”. A todos nos atañe el problema del hambre en el mundo, aunque dada su magnitud es muy poco lo que tú y yo podemos hacer: colaborar con Cáritas o con los bancos de alimentos es una salida al alcance de todos. Lo importante sería que los que dirigen las naciones y las grandes economías tomen conciencia de la situación hasta conseguir dominarla; pues medios los hay, aunque, a los hechos me remito, parece no importarles demasiado.
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