De perros

28/03/2014 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

En la capital hay casi cinco mil perros de compañía censados, aparte de otros muy diversos y raros animales . No he tenido nunca perro por temor a no saber cuidarlo. A lo mejor es porque me faltan experiencia y conocimiento, y tendemos a despreciar lo que ignoramos. Pero me gustan los perros. No tanto como los niños, pero sí veo alguna semejanza entre unos y otros: en la ingenuidad del párvulo y en la adhesión y fidelidad a su amo del can. Prueba de ello es que algunas esposas sin hijos vuelcan sus mimos y atenciones en los perros y no en el marido. A veces hasta extremos ridículos de regalos, mimos, y concesiones que, en el caso de los niños, darían lugar a hijos malcriados. En mis recuerdos infantiles en el pueblo durante la Guerra figura la perra “Chispa”, de mi tío Pedro, experta en la caza de los que creíamos topos de agua, con la que recorríamos arroyos y riachuelos para capturarlos. Con ella salíamos también a localizar liebres encamadas en eriales y rastrojeras, a las que luego volvíamos para perseguirlas con los galgos. Y la perra nos acompañaba espontáneamente cuando su instinto le decía que salíamos a revisar en regatos y arroyuelos lazos y “paraeras”, consistentes estas en pesadas losas sostenidas por un entramado de trozos de mimbres que se venía abajo en cuanto el roedor lo rozaba, aplastándole.
Luego supe que no eran topos sino ratas de agua, y ahora siento náuseas al recordar los deliciosos guisos con patatas que nos hacían con las ratas de agua. No quiero dejar de decir que la “Chispa”, un perro, canelo, y la “Paloma”, una vaca, ambos de mi abuelo, fueron mis amigos durante mi estancia en Palazuelos, y de ello dejé constancia en mi libro “Memorias de un niño de la Guerra”, en el que dedico un capítulo al relato del viaje del niño con la vaca para llevarla del ronzal al matadero de Sigüenza. Me gustan los perros, repito Y yo también tendría uno en mi casa del pueblo con corral y puerta a la calle, pero tengo mis dudas de que me agradase un perro en mi piso de la ciudad, sin libertad para entrar y salir. Sería incómodo para mí y para mis vecinos.
Me resultaría molesto tener que sacarlo dos veces al día a pasear y demás. Quizá es que me he hecho mayor y no me agradaría tener que estar pendiente de él. Además de lo molesto que sería a mi edad agacharme para recoger sus excrementos, algo que, afortunadamente comienza a ser habitual entre los dueños de perros cumpliendo las ordenanzas municipales.