Política triangular

07/04/2014 - 23:00 Jesús Fernández

Dentro de la crisis de la democracia en Europa que se expresa o se manifiesta en la crisis de los partidos, hemos llegado a un punto que se puede llamar el fin de la política dual. Aquí parece que nadie puede ser independiente y pensar u opinar algo que no esté referenciado a los partidos políticos o a los sindicastos. O se es de uno o se es de otro. La ecuación ha terminado y se abre camino en Europa una política más triangular. Creíamos que el pluralismo y la diversidad, la participación de todos en la democracia iba a suponer la solución a nuestros problemas y una fuente o garantía de prosperidad inagotable. Lo que decimos de los partidos vale también para los sindicatos. Vivimos en un Estado sindicalista y capitalista.
El orden de las ideas y de los pensamientos es muy difícil de adivinar y de administrar pero es más difícil de gobernar el orden de las intenciones donde juegan un papel muy importante los intereses. Ese es el hombre, el ciudadano, un complejo formado por ideas, intenciones, deseos e intereses difícilmente compatibles. En esta democracia cansada se están ensayando otras fórmulas basadas en la afinidad ideológica. La coincidencia de métodos es muy difícil de conseguir. Todos usan las mismas armas de crítica, desprestigio y oposición del adversario. No se dan cuenta que al tiempo que dañan sus relaciones internas están deteriorando su imagen al exterior de la ciudadanía dando un espectáculo de lucha y agresividad. Todas las formaciones políticas aspiran a conseguir una mayoría suficiente y monográfica que les permita gobernar en solitario. Si no es posible así, buscan la coalición a dos.
Sin embargo, la tendencia actual es a una mayor apertura en el diálogo y colaboración sincera en los gobiernos con el peligro de tener al enemigo en casa. Cocinero y bodeguero se denomina a esta fórmula en Alemania. El gobierno en ele (L) o en ángulo. Si queremos conseguir y mantener la supervivencia de los partidos debemos ampliar el triángulo. Las coaliciones no tienen que verse sólo como un peligro de estabilidad sino como garantís de participación y pluralidad. Hay que ofrecer a los ciudadanos el mayor abanico posible de opciones dentro de un sistema democrático y moral concentrado y coherente.
No se puede privar a los ciudadanos de otros proyectos, ideales, esfuerzos, conceptos, personas o posibilidades de elección. La concurrencia es buena. Los partidos actuales desmoralizan a la población. La abstención, fruto de la desconfianza, sigue creciendo. Más colaboración y menos alternancia. Necesitamos más partidos y sindicatos de corte popular (no populista) que de estilo clasista. La globalización tiene que llegar también a la política sin tanta fragmentación social. Con la individualización o estructuración convencional de la sociedad se pierden muchos valores raíces y naturales cuya sede es la conciencia popular. Necesitamos una transformación no dramática de los partidos y sindicatos. Y sobre todo que ellos no busquen su propio interés sino el bienestar de la sociedad a la que sirven instrumentalmente.