Desconectar

25/04/2014 - 23:00 Javier del Castillo

El sol comienza a iluminar a primera hora de la mañana las capotas de los pinos y a colarse entre las ramas, dibujando luces y sombras en el camino de tierra que pasa junto a la Fuente del Tejar, antes de alcanzar laspraderas de Valdelagua. Hacía mucho tiempo que no veía por estas fechas las fuentes y los arroyos del pinar con tanto caudal. Tampoco recuerdo haber disfrutado nunca de tan buen tiempo en una Semana Santa. Pero lo más importante de todo es que a estas horas tempranas no escucho los pitos de la radio anunciando las últimas noticias, sino el boletín horario de las campanas del reloj de la catedral y el ruido de una paloma torcaz que levanta el vuelo a mi paso. Desde la caseta del guarda forestal veo el castillo de Atienza y los llanos de Torremocha del Campo, pero ni rastro de “pasión de catalanes”, “primas de riesgo”, “eres”, “fondos europeos”, “gúrteles”, “bárcenas”, “urdangarines”, “esperanzas a la fuga” o “candidatos a las europeas en campaña”. En medio de estos parajes naturales la actualidad es contemplar la silueta de un corzo en un ribazo o escuchar el trinar de un pájaro. Mientras uno anda sumergido en la vorágine, en el conflicto y en la trinchera, apenas percibe la existencia de otros mundos, de otras preocupaciones más livianas. El mundo rural tiene, o al menos así me lo parece, efectos terapéuticos relajantes.
A la gente lo que menos le preocupa, aunque los periodistas creamos muchas veces lo contrario, es si el juez Elpidio Silva será inhabilitado de por vida o si Miguel Blesavolverá a ser enchironado. A los paisanos con los quehe hablado en Semana Santa les preocupa bastante más la falta de trabajo, la educación de sus hijos, llegar a final de mes, reunirse con la familia que vive lejos, hacer el viaje soñado o ver pasar la procesión del Encuentro, con una reforzada plantilla de jóvenes “armados” voluntarios. Los problemas que uno acumula en medio del asfalto se diluyen de forma inversamente proporcional a la distancia que nos separa de la capital de España. O, al menos, los afrontas con otro ánimo. ¿Cómo ves el patio, Javier?, pues qué quieres que te diga… La cosa está jodida, jodida, pero saldremos de ésta. Y, ¿si no salimos?... Pues siempre nos quedará el consuelo de haberlo intentado.