Fernández Iparraguirre

17/05/2014 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

El alcalde y los familiares del doctor Fernández Iparraguirre, cuyo nombre lleva la vía más céntrica de la ciudad, lo recordaron días pasados en el Ayuntamiento con motivo del 125 aniversario de su fallecimiento. Este ilustre alcarreño, farmacéutico, lingüista y botánico, creador de un idioma con aspiraciones de universal, el volapük, en la línea del esperanto, bien merece nuestro recuerdo porque a pesar de haber vivido tan sólo 37 años, destacó en esas especialidades. Nació y murió en nuestra ciudad, aunque otra cosa pudiera hacer pensar su segundo apellido, y yo creía que ya no lo recordaban ni sus descendientes directos. Pero veo que no es así, y me alegro, porque siempre que paso por su sepultura me duele que su sepulcro sea uno de los más abandonados del cementerio. Esto me hace pensar que una cosa es promover estos homenajes oficiales que, por muy sencillos que sean, repercuten en el prestigio de la familia, y otra cosa es venir a recordar a los deudos al pie de su sepultura Aunque hay que considerar que ahora estamos hablando por lo menos de bisnietos, y ya se sabe la losa de olvido que suele caer sobre los que mueren, incluso entre sus descendientes, cuando transcurren un par de generaciones. Yo mismo me atreví a sugerir en 1972, cuando falleció el cronista e historiador provincial Francisco Layna Serrano que su nombre sustituyera en el callejero local al del doctor Fernández Iparraguirre., lo que a nadie le pareció ilógico. Cuarenta años después, a muchos desconocedores de su personalidad, les parecerá una propuesta sin fundamento, aunque su busto en la plaza de la Diputación, y su importante bibliografía puedan mantener vivo su recuerdo entre los intelectuales. Volviendo al sepulcro, diré que está en la parte alta del cementerio, junto al paseo que nace en la capilla, a unos cincuenta metros de la rampa cubierta, dos cuerpos a la derecha. Tendrá que limpiar, y aun raspar el nombre quien quiera leerlo, pero es fácil identificarlo porque de las cuatro gruesas pilastras de hierro que sostienen la cadena oxidada que circunda la losa de piedra enmohecida, una está caída y arrancada su base de cemento. Les pedí a unos operarios municipales que me ayudaran a colocar la columna, y me contestaron que eso era cosa de la familia. Pienso que el sepulcro debe ser restaurado. Por la familia o por el Ayuntamiento. Porque en su estado actual es una vergüenza para la ciudad.