Miserables

17/05/2014 - 23:00 Javier del Castillo

Se necesita ser muy miserable para desear la muerte de una persona que ni siquiera conoces y mucho más miserable para aplaudir el tiro en la nuca en plena calle. El “se lo tenía merecido” o “esa cara de mala persona “que hemos escuchado estos días, tratando de justificar el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, me parece despreciable, bochornoso, inhumano, cruel y todos los peores adjetivos que ustedes le quieran poner. En algunos mensajes escuchados - “quien siembra vientos recoge tempestades” o “cuando las barbas de tu vecino veas pelar…”, remitido por una concejala socialista de Galicia a un presidente de Diputación – queda resumida la vileza de ciertos comportamientos humanos.
En otros se percibe la miserable justificación que a veces hemos escuchado después de un atentado terrorista o de una cruel venganza. Pero centrémonos en el suceso en sí. En primer lugar, hay que decir que el asesinato de Isabel Carrasco fue motivado por un ajuste de cuentas. Y que ha sido el triste final al odio acumulado durante años por una madre y una hija, convencidas de que ella era la culpable de todas sus desgracias. Esto es lo primero que debe quedar claro. Vincular la muerte de Isabel a la crispación y al odio incubado contra la clase política se me antoja exagerado. Las intenciones criminales de Montserrat González y su hija hubieran sido probablemente las mismas en el caso de que el supuesto culpable de sus desgracias hubiera sido un empresario, un vecino o un abogado.
En segundo lugar, no hay ningún dato que permita sostener la hipótesis de que estamos ante un crimen político. Incluso por la propia militancia de las asesinas. Como suele pasar cada vez que ocurre algo excepcional en nuestro país, el suceso de León se está utilizando para apoyar las posturas que más interesan a cada uno. A los políticos les conviene subrayar el peligro que entraña para la convivencia en España la descalificación y el odio hacia ellos y hacia el sistema. Y, a quienes se sienten traicionados por algunos políticos corruptos y despreciables les interesa propagar los “méritos” de la víctima alimentando una dinámica muy peligrosa. Hay que ser muy canalla, un auténtico energúmeno, para celebrar la muerte de otro ser humano.