Yogurines

16/07/2014 - 23:00 Emilio Fernández Galiano

Creo recordar que fue Javier Solana, siendo ministro de Educación en uno de los primeros gobiernos de Felipe González, el que adelantó la edad de jubilación de los catedráticos de los 70 a los 65 años. Antes de recibir felizmente la decisión, paradójicamente, muchos docentes se sintieron tan desengañados como frustrados, no en vano, se “prescindía” de ellos en plenitud intelectual y académica. La excelencia es una virtud a la que se llega no tanto por el talento como por la experiencia, aunque uno y otra son necesarios. Más sabe el diablo por viejo que por sabio y aunque la juventud es un defecto que se cura con el tiempo, la divinidad de su tesoro se suple en el tiempo con la reflexión y el relativismo. Los que hemos superado el medio siglo de vida sabemos que los que perdemos en salud lo ganamos en “sabiduría” y que se aprende más de nuestras vivencias que de la mejor de las recomendaciones. Por supuesto que nos sirve todo lo leído y estudiado, porque cada vez lo administramos mejor. Brotan los jóvenes por doquier, como la flor del almendro. Querubines revoloteando por el cielo dispuestos a posarse en cualquier puesto de responsabilidad. También conocidos por los Yogurines. Me llama la atención la temprana media de edad de los aspirantes a la secretaría general del PSOE, poco más de los cuarenta.
En Estados Unidos, los aspirantes a ocupar la Casa Blanca en las próximas presidenciales rondan los setenta. No todo tiene que pasar por la odiosa criba de la comparación, pero tiendo a pensar que nos movemos más por modas que por costumbres. España destaca desde hace tiempo por la juventud de sus líderes. Desde Suárez. Y a excepción de Calvo Sotelo, la que confirma la regla, todos han accedido a la presidencia del gobierno con poco más de los cuarenta. Menos Rajoy, porque el hombre ha tenido que esperar varias legislaturas para ganar la elecciones, pero era líder del PP en torno a esa edad. Clara diferencia de lo que ocurre en otros países de nuestra influencia. Reagan y Thatcher se consagraron con edades en la que en España estarían en el asilo. Miterrand y Chirac no llegaron al Eliseo si no es por su longevidad. La Merkel triunfa en Alemania con la edad en la que aquí regalan relojes por la jubilación.
En Italia no eligen a un presidente de la República si no supera la esperanza de vida. Etc, etc, etc. Sucede, aquí, en nuestro país, que los ex presidentes no opinan demasiado porque cuando lo hacen dicen lo contrario de lo que hicieron cuando fueron presidentes. Me da en la nariz que de mucho están arrepentidos y que si pudieran retrasar el calendario lo hubieran hecho de otra forma. Eso es la experiencia, lo que conduce a la excelencia. Que conste que me recreo observando el ímpetu de la juventud, sus ganas, su ilusión y su optimismo, del que deseo su contagio a un padecimiento del que me inmunicé. Y a los tres candidatos socialistas por liderar su partido –me gusta Pedro Sánchez con diferencia- les pediría que conservaran sus fuerzas y las aliñaran con la experiencia de sus predecesores, en todas las vertientes.
 Felipe González o Pérez Rubalcaba tienen edades con las que podrían estar gobernando como otros “colegas” en Europa. No les convirtamos en jarrones chinos, que nunca se sabe dónde ponerlos. Hace poco llegó a mis manos el libro “El abuelo que saltó por la ventana y se largó” (Ediciones Salamandra), del que recientemente se ha llevado una versión al cine. Lo recomiendo. Es posible, en mi caso, que superado el rubicón de los cincuenta, me encuentre en una “conversión” que creí superada con los cuarenta. Craso error. Y me temo que retornará con los sesenta, en su caso. Quiero decir que de la misma forma que admiro la habilidad de las nuevas generaciones por las nuevas tecnologías, soy más del correo que de Twitter o Facebook, y tengo cuenta en ambas. Soy más del periódico de papel que de sus versiones digitales. Soy más de un libro que de un archivo en una tableta. Porque creo que los que leemos libros en papel, periódicos y correos sin limitaciones de caracteres, leemos y escribimos más. Y así se lo recomiendo a mis hijos. Lo ideal es que, algún día, ellos se lo recomienden a los suyos. .