Razón y pasión en política

21/08/2014 - 23:00 Jesús Fernández

Con frecuencia hemos alertado de que la actividad política tiene que transcurrir por cauces estrictamente racionales y no involucrar a las pasiones en ella. Cometen un grave error aquellos dirigentes sociales o populares que alientan en las masas sentimientos de victoria, de derrota, de lucha, de odio, de revancha, de conquista, utilizando un leguaje bélico frente al contrario, al opositor, convirtiendo en enemigo al adversario. Es verdad que se trata de batallas verbales pero con palabras cargadas de sentido e intenciones. Sucede lo mismo en el lenguaje de las masas donde, si no hay presiones o expresiones sonantes, gestos ruidosos o ìntimidatorios, no parece que se haya alcanzado el clima adecuado de protesta o de advertencia.
El arco está tensado aunque no se disparen las flechas. Estas reflexiones no justifican sino que rechazan toda programación política de una y otra parte basada en cualquier forma de violencia discursiva o real. Tenemos que revisar todos nuestros comportamientos públicos contenidos en las relaciones y manifestaciones democráticas. Hay toda una sociología y un diseño publicitario detrás de ellas pero también tiene que haber un análisis de la exigencia y compostura moral. Esto obliga a todos los ciudadanos. Comprendemos que el poder como pasión, posesión o sensación modifica el comportamiento de la personalidad tanto de los que lo tienen como de aquellos que aspiran a tenerlo arrebatándoselo a otros. Hay que cambiar la cultura del poder en unos y otros, de los que mandan y de los que obedecen.
El poder y la autoridad se deben entender como servicio a la comunidad y no como privilegio aunque sea una forma de vida y de profesión. Sin embargo, muchos lo perciben como exaltación, potenciación, éxito y ampliación de capacidades personales. A esta idolatría contribuyen los reflejos del pueblo que adora desde el valle las alturas. Los dirigentes de los pueblos están constantemente llamando y presionando la atención, la imagen y el recuerdo de los súbditos convertidos en multitudes. El deseo de ser conocido para ser reconocido y elegido plantea muchos problemas e inconvenientes sociales. Sin embargo, es mejor trabajar en la sombra y en el olvido. El liderazgo no equivale al populismo de las multitudes. El liderazgo se gana en el prestigio moral del que trabaja intensamente y escondido. Hay exceso de representación que obligan a demasiadas e importantes decisiones de las que surgen enfrentamientos, agravios, resentimientos, perjudicados y lesiones. Unos pocos tienen mucho poder y muchos no tienen nada. Es necesario limitarse a apliicar la ley lejos de preferencias, discriminaciones o personalismos, con imparcialidad e igualdad. Los ciudadanos tienen que aceptar la objetividad y legitimidad de los procedimientos legales, ajustados a derecho, en una democracia ordenada, regulada y no personal o improvisada. )