Trabucaires

30/08/2014 - 23:00 Javier del Castillo

No se puede jugar con pólvora y mucho menos convertir al adversario político en el enemigo a batir. El simulacro de los trabucaires de Cardedeu (Barcelona), disparando salvas frente a la vivienda de un concejal del Partido Popular, no tiene ni la más puñetera gracia. Tampoco puede contemplarse – y mucho menos disculparse - como una broma pesada o de mal gusto. Seguro que a los mamarrachos que protagonizaron este incidente no les haría ninguna gracia que un grupo de personas disfrazadas de militares franceses apuntaran a las ventanas de sus domicilios con trabucos y balas de fogueo. Cuando en este país se señala a alguien, aunque sea de manera inofensiva, porque piensa de forma distinta a la tuya o porque ha tomado decisiones que no te agradan, lo estás poniendo inevitablemente a los pies de los caballos. Cuando el nombre de alguien aparece en las paredes o escaparates, los que ya vamos teniendo cierta edad sentimos una especie de desasosiego.
Nos asalta esa España intolerante en la que vivieron nuestros abuelos y de la que tanto les costó salir a nuestros padres. Se nos aparece ese fantasma del pasado, esa sociedad “trabucaire” en la que los enfrentamientos dialécticos casi siempre acababan en las manos, cuando no en el aniquilamiento físico del contrario. La sociedad española actual tiene que rechazar cualquier manifestación que incite a la violencia. De hecho lo hace. Sin embargo, de cuando en cuando aparecen algunos “graciosos” (hay más tontos que botellines) que juegan con fuego porque probablemente desconozcan otras formas más razonables de ocio y divertimento. Hace algunos días nos reunimos en Sigüenza antiguos alumnos del Instituto, pertenecientes a las promociones de 1974 y 1975. Compartimos recuerdos y nos intercambiamos experiencias. Nos reímos también mucho de situaciones que tuvieron lugar en un sociedad muy distinta a la actual. En la mesa había ingenieros, abogados, maestros, un químico, dos empresarios… Hijos de familias humildes, que salimos de una España gris y subdesarrollada dispuestos a hacer realidad “el sueño español”. Hablamos del cambio experimentado en nuestro país desde que abandonamos el Instituto. Pero les aseguro que no hicimos ni una sola broma de los nostálgicos “trabucaires” de Cardedeu.