Etiquetas

15/09/2014 - 23:00 Emilio Fernández Galiano

A menudo me he preguntado porque la derecha no entiende cómo un rico puede ser de izquierdas y por qué la izquierda se empeña en aglutinar o, mejor dicho, apropiarse como propio, el mundo de la cultura recelando de todo aquél que no se afilie a tan natural binomio. A Martín Ferrán le molestaba sin disimulo que El País, a la sección correspondiente la llamara “La Cultura” en lugar de “Cultura” o, en su caso, “Las Culturas”. Como si ésta necesariamente fuera una y alineada indefectiblemente con la doctrina del periódico. Como si no fuera posible ser un hombre culto y no ser de izquierdas, entendiendo como de izquierdas dicho periódico. Supongo que finalmente se conformaron con reunir a la mayoría de los intelectuales; siempre he pensado que la diferencia entre culto e intelectual es tan simple como que el segundo se esfuerza en demostrarlo mientras que el primero ni siquiera reflexiona sobre si lo es. Sí algo ha cambiado (evolucionado) en la reciente historia de España es el perfil de su electorado, y sospecho que los partidos siempre han ido a remolque de dicha evolución.
Es un problema de etiquetas, de anclarse a ellas por miedo a una sacudida. Ni yo mismo sabría dónde ubicarme del 0 al 10 entendiendo lo comprendido entre ambos dígitos el recorrido derecha-izquierda en su correlativa intensidad. Por eso tiendo a huir de los tópicos, pues no son más que etiquetas. Por cierto, habría que revisar el concepto y significado de izquierda/derecha, pues también han evolucionado. Viene a cuento por la aparición reciente de noticias vinculadas a actores, cantantes y cineastas con presuntos escándalos financieros con fraudes a Hacienda y posibles delitos fiscales. Pienso que en todas las casas cuecen habas y que hasta en las mejores familias hay ovejas negras.
El problema es que por ese afán de agenciarse y postularse como la moral de la sociedad en su integridad intelectual y, por tanto, de izquierdas, luego tengan que esconder sus vergüenzas que tanto destacan en el adversario. Lo que más me sorprende es el silencio corporativo, disciplinado y único, como su cultura, cuando el presunto estafador social y tributario es uno de ellos. La derecha no padece ese conflicto porque, como asumen que son los únicos que pueden ser ricos, entienden que es más fácil caer en la tentación evasiva de impuestos. El encasillarse en un marchamo determinado, como el chorizo de Soria, por ejemplo, implica asumir ciertas obligaciones. Lo que no vale es ir de Adolfo Dominguez, hablando de etiquetas, a un concierto de los Mojines Escozíos y pensar que no te van a poner a caldo o, lo que es peor, descojonarse. Como tampoco vale el llenarse la boca defendiendo a Podemos y resultar que Hacienda descubra tus trampas y solicite al juez tu imputación por delito fiscal, por muy actor que seas (y de los buenos). Otro tópico, o etiqueta, es que la mayoría de los políticos son corruptos. Pues no. La gran mayoría no lo son, a pesar de los últimos escándalos.
Lo que sucede, por un lado, es que el sistema no reacciona con rapidez ni eficacia, ni ejemplarmente. Y por otro, que son los propios políticos los que utilizan la corrupción como argumento arrojadizo contra el adversario, en lugar de buscar argumentos de gestión o de legítima oposición. Claro, y así les luce. Parece obvia la necesidad de una regeneración no tanto de la clase política si no de sus comportamientos. Y unos poderes, especialmente el judicial, que velen por el castigo y reposición de los perjuicios generados en los casos de corrupción. De forma rápida y ejemplar. A pesar de lo que promulgan los amigos de la demagogia, tal vez no hayan reflexionado de que no se trata tanto de romper las cadenas (porque, además, no las hay) sino las etiquetas. Así de sencillo. OTROSÍ: ¿Hasta cuándo tendremos que esperar para que los periódicos digitales ejerzan un autocontrol para censurar determinados comentarios de los lectores sobre la noticia de turno? No todo vale, señores editores. Y menos la basura escrita.