Una democracia activa

04/10/2014 - 23:00 Jésús Fernández

Existe el peligro de considerar a la sociedad como una estructura global donde los procesos se producen de manera objetiva y mecánica, sin dirección, sin intervención y sin finalidad, olvidando el aspecto interpersonal de la libertad y de la convivencia social. Y sin embargo, tanto la democracia como la tolerancia necesitan un principio activo y no son instrumentos de transmisión automática. Lo mismo sucede con la democracia en el mundo pues es indivisible, hay que defenderla y renovarla allí donde no sea aceptada y vivida. En la democracia cualitativa no hay distancias ni geografía. Contra el extremismo y la violencia hay que luchar siempre y en todo lugar pues la libertad o es de todos o no es de nadie. La tolerancia y la democracia están siempre en conflicto, histórica y socialmente, con las circunstancias adversas que les rodean. Por esta medición conceptual de la democracia, no hay ni cantidades, ni extensión ni distancia ni democracia interna o externa. Es universal y en estos tiempos hay que demostrar una solidaridad en defenderla en aquellos Estados que no la practican. Eso lo hacen los sistemas y las alianzas defensivas internacionales entre países y organizaciones. Hemos llegado a la convicción de que el Estado o es democrático o no es Estado. Llamar Estado a lo que no son más que grupos terroristas y violentos con intereses privados que operan en un territorio es una equivocación y una atrocidad. Donde no hay Estado no puede haber dignidad, ciudadanía, propiedad, derechos humanos, orden o legalidad. Donde no hay democracia todo es totalitarismo, pobreza, hambre, miseria, muerte, deportación. El único medio para detener y evitar tanta revolución y violencia es la educación de la voluntad de un pueblo desde los principios de la razón y el diálogo. Tiene que dominar la razón y la obediencia o aplicación de la ley consensuada por todos mediante una Constitución como fuente básica de ella. Hay que trabajar para que existan cada vez más naciones en el mundo donde se pueda vivir y progresar en libertad, en igualdad, donde dichas realidades sean consideradas y apreciadas tanto un bien, como un valor para todos sus habitantes o ciudadanos. Nos debatimos entre un mundo civilizado y respetuoso con la dignidad humana o una sociedad ancestral y primitiva, donde la riqueza y la propiedad privada es el fundamento de todas las desigualdades sociales, de todas las discusiones y enfrentamientos armados. No busquemos otras explicaciones. Con lo fácil que es aplicar una antropología de los deseos, de las pasiones y de las ambiciones a tanta sociología de los conflictos y de las guerras. Todo lo que parece muy complicado de entender es muy sencillo, como es, actuar desde la razón humana natural y universal. Para ello necesitamos una educación democrática. Mientras existan hombres que no obedecen a las “razones de la razón” y se dejen llevar por extraños intereses y opiniones de otros, no habrá una sociedad ordenada en derechos y valores.