Pensando en Pastrana

23/10/2014 - 23:00 José Serrano Belinchón

Mi relación personal y afectiva con la Villa de los Duques obliga a manifestar públicamente mi contento a la vista del formidable camino de rosas que se abre a Pastrana, por lo menos hasta el próximo año por estas mismas fechas, debido a un doble motivo que las gentes de Guadalajara debemos conocer, apreciar, y aprovechar de tan feliz circunstancia para rendirle el homenaje que, como villa histórico-artística de excepción merece, haciéndole una visita. De una parte la llegada al Museo de la Colegiata, acondicionado y renovado como en tantos momentos llegamos a soñar, de sus famosos tapices, y por otra contar por aquellas del destino como una de las diecisiete ciudades teresianas, puestas en moda con motivo del quinientos aniversario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, reformadora de la Orden del Carmelo, sin duda su convecina temporal más distinguida, en donde dejó una huella profunda y perdurable.
A quien esto escribe, el ciclo viajero de la estupenda colección de tapices del Rey Alfonso V de Portugal -en estilo gótico la mejor colección del mundo, tomadas como botín en la Batalla de Toro; pero nuestros y muy nuestros- le preocupó mucho a su salida de España. ¡Cuántas cosas de valor se han perdido o se han malogrado en aventuras itinerantes como aquella! Más aún, contando con su excepcional tamaño, más de cincuenta metros cuadrados de superficie cada uno, tratándose de piezas únicas en las que todos nos debemos mirar, y que por nada del mundo deberían volver a salir de su sitio, salvo con una seguridad absoluta de su integridad y seguro regreso, condiciones que a la hora de la verdad es muy difícil que se den. Por otra parte, en el recientemente convocado como Año Teresiano, Pastrana tiene mucho que enseñar y que decir. De los cuatro años que viví en Pastrana guardo recuerdos imborrables; de hecho allí abrieron los ojos al mundo y fueron bautizados dos de mis hijos; allí me encontré feliz sintiendo a diario el hálito suave de su glorioso pasado; de mi casa a la Plaza de la Hora, de allí a la Iglesia Colegial, a la cripta de los de Éboli, al convento de Carmelitas -por entonces Franciscano- fundado por ella en un pequeño ermitorio junto a la huerta, donde se concentra el verdadero origen de lo que el resto sería después, para luego regresar por la calle que lleva su nombre hasta mi casa. Conozco Ávila, donde nació la Santa castellana; Alba de Tormes, donde murió y donde se venera lo que todavía queda de sus resto; Villanueva de la Jara, una más de las diecisiete en donde dejó otro de sus “palomarcicos”. Pero, perdonad mi posible insensatez si os digo -será porque la conozco mejor, dejé muy buenos amigos y me contagié de su espíritu inexpresable: para mí, Pastrana es Teresa, y Teresa es Pastrana.