Comunión para la misión

27/10/2014 - 23:00 Atilano Rodríguez

El segundo objetivo o línea de acción de nuestro Plan Pastoral nos invita a adentrarnos en la contemplación de la Iglesia como misterio de comunión para vivir con gozo la misión que el Señor nos confía en este momento de la historia. Sin la vivencia de la comunión eclesial entre todos los miembros del Pueblo de Dios y sin un profundo amor a la Iglesia de Jesucristo, no tendremos la fuerza necesaria para dar un nuevo impulso a la evangelización ni para programar todas las actividades pastorales en clave misionera.
Es más, como nos recuerda el Señor, el mensaje evangélico que hemos de ofrecer a nuestros semejantes no será creíble. Si no avanzamos en la identificación con Cristo y vivimos la comunión con Él y entre nosotros, como Él vive la comunión de vida y amor con el Padre celestial, el mundo no podrá acogerlo como el enviado a ofrecer el amor y la salvación a todos los hombres en cada momento de la historia. Santa Teresa de Jesús, al contemplar las deficiencias y pecados de la Iglesia de su tiempo, no la abandona ni huye de ella. A pesar de considerar un «yerro» y una herejía la reforma de la Iglesia emprendida por Lutero, no se deja llevar por el odio y la desesperanza, sino que muestra un profundo deseo de que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, aunque esto le exija la entrega de su vida. La Santa de Ávila profundiza en el misterio de la Iglesia, descubre su santidad, ora por los pecados de sus miembros, comparte sus dificultades, sufre con sus deficiencias y obedece con humildad las recomendaciones de los obispos y de sus consejeros espirituales, asumiendo con gozo su responsabilidad como miembro vivo de la misma.
De hecho, Santa Teresa no dará pasos en la reforma de la Orden del Carmelo sin haberla meditado antes serenamente ante Dios y sin dejarse arrastrar por la precipitación y las prisas. Solamente emprenderá la fundación de los distintos monasterios de la Orden, después de haberse parado a descubrir la voluntad de Dios en la oración y de acoger con fiel obediencia las enseñanzas de la Iglesia. Impulsada y animada por el amor a la Iglesia, podrá afirmar que son dichosos los que entregan su vida al servicio de la misma: «Dichosas las vidas –dirá- que se gasten en el servicio a la Iglesia» (Vida 40,15). Y, al final de sus días, podrá confesar con plena convicción y verdad que «muere hija de la Iglesia». Partiendo de esta pasión por la Iglesia, Santa Teresa, además invita a todos los cristianos a orar insistentemente por sus necesidades, nos anima a hacerlo desde la comunión eclesial: «Porque andan ya las cosas de Dios tan flacas que es menester hacerse espaldas unos a otros los que le sirven» (Vida 7,22). Con su testimonio, Santa Teresa nos está recordando que no podremos emprender ninguna reforma de la Iglesia ni llevar a cabo una pastoral en clave misionera, si no partimos de una vida centrada en Dios y en la vivencia de la comunión fraterna. La transmisión de la fe no puede surgir nunca de nuestras iniciativas personales, sino del cumplimiento del mandato misionero del Señor
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