La indignación de la conciencia

30/10/2014 - 23:00 Jesús Fernández

Las matemáticas han devorado a la moral en los partidos políticos, las cifras a los principios, los números a las ideas, las estadísticas a los manifiestos, los resultados a los objetivos. En esta democracia, ya no cuentan los principios sino el principio de las cuentas. Desde que Condorcet (1742-1794) en plena Ilustración desarrolló la matemática social o cálculo político, los sistemas democráticos, como ávidos de poder que son, ya no dependen de la ideología sino de la contabilidad electoral. Todo es cuantificable menos la conciencia y la libertad. Por eso, algunas veces, a los políticos les falla el cálculo y aparece la exigencia de coherencia que, a su vez, produce la otra indignación. Porque los ciudadano no son autómatas o máquinas de elegir sino procesadores de razonamiento y la democracia no es sólo organización sino también convicción y reflexión moral. Algunos no comprenden que la indignación moral de la conciencia forme parte de la democracia de partidos. Hemos dicho otras veces que los partidos políticos (como toda organización social) se componen de principios, programas y personas, o sea, ideas, proyectos y equipos directivos. Estos tres elementos tienen que estar unidas por una relación o dimensión moral que llamamos coherencia. Cuando falla la coherencia viene la indignación que se trasforma en rechazo.
El pueblo también percibe y sanciona la fidelidad o no a los principios desde los programas y desde las personas. Cuando falte esa percepción, se produce la desautorización y deslegitimación social y hasta electoral. El pueblo no es el gran receptor pasivo o consumidor de propuestas electorales sino que tiene su propio diseño de lo que es la dignidad y libertad humana o lo que significa solidaridad y bien común. La sociedad también tiene valores y el pueblo conserva la conciencia o la memoria de ellos y espera su oportunidad para decantarse. La actividad política no está compuesta por analistas de resultados, ingenieros de opinión o estrategas al servicio de determinados intereses sino también de pensadores, descubridores y animadores de las ideas y de los conocimientos. En este sentido, la democracia de los partidos se siente agarrotada y escindida entre las exigencias de loso valores y de la cifras. Sin embargo, el poder tiene más fuerza y atractivo que los valores en la vida de los partidos. Por otra parte, hay que revisar las relaciones entre dos órdenes diferentes, entre la moralidad y la política. Ambas legitimidades entran en conflicto. El Estado tiene siempre una exigencia pendiente como es la respuesta a la llamada, en otros tiempos, la cuestión religiosa.