En el recuerdo

31/10/2014 - 23:00 Pedro Villaverde Embid

Llega, de nuevo, el 1 de noviembre, y se renueva la tradición de visitar los cementerios para rezar una oración o llevar flores ante la tumba de las personas queridas que allí reposan. Son numerosos los desplazamientos por la provincia y muchos los mayores que aguantan en el pueblo hasta esta fecha poniendo fin en estos días a la estancia que iniciaron cuando la Semana Santa significó la superación de los duros fríos del invierno. Dicho con cariño, somos animales de costumbre, aunque haya quien se rebele contra lo que ve como imposición. Cada cual recuerda a sus difuntos como quiere y vive esta fecha como le parece, faltaría más. Pero, lo que está claro es que todo el mundo echa de menos a alguien y daría cualquier cosa por poder estar de nuevo con aquellos que tanto importaron en sus vidas.
A mí me parece acertada la existencia de un día en el calendario dedicado a honrar a los fallecidos, aunque su recuerdo sea perenne en nuestra memoria y corazón. Personalmente, mientras la vida me lo permita, seguiré con el hábito de acudir al campo santo cada 1 de noviembre. La razón es sencilla. Lo hicieron mis abuelos hasta su último día de Todos los Santos por lo que estoy convencido de que les gustaría que ahora sus hijos y nietos fuéramos a pasar un rato junto a lo que de ellos quede allí. Que cierta es la coletilla habitual de esquelas, necrológicas o epitafios de que la muerte es una pérdida irreparable. También aquello de que “nadie muere mientras es recordado por alguien”. Ver las fotos de mis abuelos, de la bisabuela que tuve la fortuna de conocer, de mis tíos abuelos y de otras personas con las que compartí buenos momentos es recordar parte esencial de una vida que ha sido más feliz gracias a ellos. Sirve, además, para valorar lo que nos queda y ser conscientes de donde terminaremos, aunque no queramos pensarlo. “La vida es la ilusión de hacer cosas y la muerte el gran fracaso del hombre” dijo mi abuelo Salvador cuando se dio cuenta que había llegado su final. Le hubiese gustado ser eterno porque no se había cansado de vivir, pero lo aceptó tranquilo. “Ante todo Dios. Dios es lo importante”, repetía también con serenidad mi abuelo Casimiro en igual trance e idéntica lucidez. Su fe le ayudó al tránsito a la otra vida, esa que los cristianos creemos que existe. Mi recuerdo especial hoy para ellos, para las abuelas Isabel y Florencia y la ‘abuelilla’ Josefa, mi bisabuela. Como también se dice que nos esperen muchos años y descansen en paz, junto al resto de seres queridos.