De la luna llena

16/11/2014 - 23:00 Pedro L.Toledo

Cuando estoy en el pueblo, aviso a un amigo para tomar café, puede ser en el Plaza, en la Esquinita, el España o en la Cafetería Anguí. Él ejerce de asturiano y lleva muchos años en el mundo de la música, tiene apellido de santo y anda casado con otra famosa, una tal María del Pilar, a quien por este nombre nadie conoce. A decir verdad, más que el café con mi amigo, lo que me gusta es lo que de él aprendo. Sin ir más lejos, un día hablando de la Luna, “contó me” la historia de Jenaro Gajardo Vera, natural de Chile, quien en 1954, inscribió la Luna a su nombre. Así momentos antes del alunizaje del Apolo 11, el presidente Nixon, se puso en contacto con él, para solicitarle permiso. Evidentemente Jenaro, se lo concedió. A raíz de tal relato, repasamos el influjo que la Luna tiene en nuestras vidas. Que si las mareas, los nacimientos, las lluvias, los ciclos menstruales, los huracanes, etc. Pero para él, hay un influjo del que no se suele hablar: la aceleración. Esto es, el estrés al que nos somete, haciendo que los días de luna llena, vayamos todos aún más deprisa, si cabe.
En ese momento, no le di especial credibilidad, pero llegó el 6 de noviembre, día de luna llena. Andaba liado con una cuestión bastante procelosa, con lo que hacía ya más de una hora que las ganas de ir al baño, me estaban apretando. Pero enfrascado con el asunto, lo iba posponiendo, hasta tal punto, que cuando me quise dar cuenta, estaba ya con las piernas cruzadas, para evitar que saliera alguna gotilla. Salí corriendo hacia el baño, cerré la puerta, levanté ambas tapas (trabajo con 7 mujeres, con lo que soy muy cuidadoso con eso) y me puse en acción. Estaba tan ensimismado en el deleite, que solo el relajar el esfínter uretral puede dar, que en un principio no me di cuenta de nada. Pero ya cuando la cuestión llegaba a su final, observé que la ventana estaba abierta, de par en par. Diré para quien no lo sepa, que dicha ventana, es una corredera que está a unos 20 centímetros del suelo, justo al lado de la taza y que se usa, para acceder a un patio de luces, con lo que es de grandes dimensiones. Miré por la misma y descubrí como mi vecina del segundo, me estaba mirando desde su cocina, con una sonrisilla entre picarona y lastimosa.
La situación no se prestaba a la lascivia, como tampoco, los casi 70 años que tiene la pobre mujer. Con lo que, como buenamente pude, ladeé la cabeza hacia un lado, la sonreí y con la poca dignidad que me quedaba, rematé el acto con los movimientos de rigor. No sin pensar en lo duro que hubiera sido, si me hubiera pillado en posición de “firmes”. Puesto que por suerte en el momento de la micción la mayoría de las veces me hallo en “descanso”, pese a que mi amigo dice, que en los días de Luna Llena, la “firmeza” se repite con más frecuencia aún que en otros días, si cabe. Que la fuerza os acompañe.