El asalto

27/11/2014 - 23:00 Jesús Fernández

Hay una generación agazapada dispuesta para el asalto al poder, a las instituciones, al Estado. No proceden ni bajan de las montañas enarbolando fusiles en las manos. Tampoco vienen de los desiertos de la austeridad o del sacrificio. No visten monos azules, no son obreros empuñando herramientas de trabajo duro, sudoroso o mal remunerado. Salen de la moqueta de unos despachos universitarios. Son los hombres de la beca, de la concesión, del enchufe y del regalo. Son los privilegiados de la democracia. Se han criado a los pechos de la abundancia ¿No oís cómo resuenan sus gritos? Ya se oyen los claros clarines que decía el poeta Son los gritos de la venganza Han esperado muchos años y ahora creen que ha llegado la hora del asalto. Son las huestes de la democracia. Llegan en la noche de la crisis, del descontento, del desempleo y hasta de la injusticia. No vienen a dialogar. Quieren la destrucción y la ruina de las instituciones actuales. Prefieren contemplar la ciudad, la democracia ardiendo o en llamas. Una vez producido el asedio, se hace más fácil la toma del poder y se facilita la ocupación de todos los resortes.
Quieren introducir el fuego revolucionario pero sólo al principio, la primera chispa, porque luego controlan el incendio. Son expertos incendiarios. No vienen en son de paz. Cuentan con infiltrados, espías y colaboradores dentro de las instituciones. Han mandado por delante las vanguardias y posiciones en la prensa y en los medios colaboracionistas que esperan un puesto de relieve en el régimen que venga. Tienen partisanos por todos los rincones de la sociedad que constituyen la resistencia a otras invasiones. Se ayudan y protegen unos a otros como una auténtica red de alcantarillado y subversión. Transición, dulce transición ¿dónde está tu paz, tu espíritu de consenso, de diálogo y de concertación? No necesitamos una nueva transición pues no ha terminado ninguna. Lo importante es profundizar y mejorar en la que estamos. Los años transcurridos han aportado mucha experiencia al pueblo creando en él como un instinto moral y democrático para distinguir entre quienes vienen como pastores o vienen como lobos y mercenarios a llevarse las cualidades del rebaño, la libertad de las persona, sirva la metáfora sin ánimo de ofender a nadie. Constitución, dulce Constitución ¿dónde está tu victoria, tu espíritu de acuerdo nacional y superador o reconciliador de las diferencias entre opciones y partidos? El consenso que refleja o que hizo posible dicha Constitución no necesita ser revalidado continuamente. No es necesario que cada año o cada generación o cada partido “vote” de nuevo la Constitución. Es preciso confiar y creer en las generaciones anteriores como las sucesoras han de creer en nosotros. La democracia no puede vivir en la duda metódica permanente que añade inseguridad, ruptura o discontinuidad a nuestra convivencia.