Regreso al realismo

28/11/2014 - 23:00 Emilio Fernández Galiano

El realismo, como corriente intelectual, nace en contraposición y reacción a un romanticismo que derivó trasnochadamente en una idealización caduca y patética de la sociedad. En la acepción Stendhaliana más genuina, y más socorrida, la de concebir la realidad como “un espejo a lo largo del camino”, se deduce la necesidad de retornar a lo cierto, lo verdadero, sacudido de cualquier falacia distorsionadora. España vive inmersa en una nube que deforma cualquier visión veraz. Como en un estado de embriaguez que altera conceptos y sentimientos.
Sólo se puede entender así si esperamos que no haya ningún caso de corrupción, que un populismo utópico puede ser alternativa de gobierno o que la independencia de Cataluña es como la tierra prometida para los que allí residen. Los agitadores de la cosa se afanan en utilizar los casos de corrupción para crear una cortina de humo que afecte a todos, por extensión a toda la clase política, por extensión a las instituciones y finalmente, y por extensión, al sistema. Es una táctica tan vieja como la propia corrupción, y probablemente la mayor de ellas pues la mayor de las injusticias es la generalización, el montar una realidad paralela sobre cimientos falsos. El problema sería mayor si no se conocieran casos de corrupción, pues se ocultarían, el problema sería mayor si no se juzgaran y condenaran, pues estarían amparados. Paradójicamente, esta legislatura pasará a la historia como una de la que más ha hecho por la lucha contra la corrupción. Por parte de todos, hay que decirlo. Se perfeccionaría con un mayor control y transparencia en los partidos políticos, dotando al poder judicial con más medios y modificando y mejorando la ley para que sea rápida y ejemplar.
La falacia distorsionadora con la que los seguidores del realismo ridiculizaban a los románticos se da en la actualidad en España en otras dos vertientes, la del populismo y la del secesionismo catalán. Ambos movimientos se sujetan en hipótesis idealistas sin advertir a sus seguidores de las reales consecuencias. El paralelismo en ambos movimientos radica en la falta de información veraz, falta de realismo, en definitiva. Las consecuencias de que uno y otro movimiento consumaran su asalto al poder (al cielo, los unos y al paraíso catalán, los otros), serían catastróficas, sin matices. Sólo el cumplimiento de dos de las promesas más seductoras –el salario mínimo universal y la anticipación de la jubilación a los 60 años, generaría un gasto inasumible, huída de la inversión extranjera, el impago de la deuda con el colapso en los mercados que ello implicaría, ascensión meteórica de los tipos de interés, hundimiento de la recuperación económica, más paro, más crisis. En el caso catalán, la independencia supondría la salida de la Unión Europea y del Euro, como ya han advertido meridianamente las autoridades comunitarias. La nueva moneda nacería con una devaluación automática de al menos el 50% (según el Instituto de Estudios Económicos).
Ello supondría la imposibilidad del pago de su deuda y la fuga de sus principales empresas, que preferirían  seguir en la UE. No podrían cubrir el coste de una educación y una sanidad pública y el déficit de su balanza comercial sería insoportable. ¿Son realmente conscientes los catalanes secesionistas de lo que se les podría venir encima? ¿Tal vez por ello, y a pesar de todo el montaje y propaganda catalanista, no superan el 35% de la totalidad del electorado? Cuando el mesías Artur Mas presenta la aventura independentista no entiendo cómo no le avergüenza ocultar la realidad que espera a la vuelta de la esquina. A no ser que, definitivamente, se haya instalado en la falacia del patetismo más trasnochado.
OTROSÍ: Me llegan comentarios de personal que se pasa muchas horas en la calle Génova, que cada vez se estudia más la posibilidad de que Rajoy no repita cartel electoral. La legislatura ha sido especialmente dura y va a llegar muy gastado, a pesar de las buenas noticias económicas que todavía quedan por llegar. Y no se habla de su sucesora natural como el relevo. Sería otro gallego. Así me lo han contado.