No dejemos que nos roben la esperanza

30/11/2014 - 23:00 Atilano Rodríguez

Los medios de comunicación ponen al descubierto cada día problemas que condicionan la libertad de millones de personas y que afectan gravemente a su desarrollo integral. Entre estos problemas, podríamos señalar el hambre, la pobreza, la falta de un trabajo digno, las guerras interminables, la corrupción económica, la injusticia y la persecución religiosa que, de un modo especial, está afectando a los cristianos en todos los países. La contemplación de esta realidad, desde el punto de vista social, político y religioso, puede suscitar aturdimiento, confusión, indignación y desesperanza en el corazón de muchos hombres y mujeres, que sufren carencias de todo tipo y que no acaban de ver la luz al final del túnel. Esperaban soluciones concretas y rápidas para sus problemas personales, familiares y sociales, y éstas no acaban de llegar. Sin pretender ocultar la gravedad y el sinsentido de estos hechos negativos y poniendo sobre el tapete la discriminación social que sufren millones de hermanos como consecuencia de la falta de respeto a los derechos humanos, considero que no debemos caer en un pesimismo estéril ni podemos dejar que nos roben la esperanza.
Como nos recordaba san Juan XXIII, los cristianos no hemos de ser profetas de calamidades que ven únicamente prevaricación, maldad y ruina social en este momento de la historia. Para actuar con realismo y no caer en la desesperanza, además de fijarnos en los aspectos negativos de la realidad, hemos de poner también nuestra mirada en los millones de hombres y mujeres que se esfuerzan cada día por hacer el bien, que se preocupan por la defensa de la dignidad de sus hermanos y que dedican su tiempo a la atención de sus semejantes, especialmente de los más empobrecidos. Si lo hacemos así, descubriremos que son muchos más los políticos entregados a la búsqueda del bien común de la sociedad que los políticos corruptos. Asimismo veremos que son muchos más los empresarios que se esfuerzan cada día por crear nuevos puestos de trabajo que los que buscan el beneficio personal en el menor espacio de tiempo, sin tener en cuenta los derechos y la dignidad de los trabajadores. Son muchos más los hombres y mujeres de bien que quienes se obstinan en aprovecharse de sus semejantes. Además, no podemos caer en la tentación de culpar a unos pocos de todos los males sociales, como hacen algunos.
La corrupción y la búsqueda del interés personal afecta a todos los estamentos sociales, nos toca a todos. Cuando no defendemos la verdad, la justicia y la libertad de nuestros semejantes en los comportamientos sociales, laborales y familiares, sin darnos cuenta estamos contribuyendo a la construcción de una sociedad sin valores, en la que prácticamente lo mismo da el bien que el mal, la verdad que la mentira. ¿No tendríamos que pararnos todos a hacer un examen de conciencia? La Palabra de Dios, al comenzar el tiempo litúrgico del Adviento, nos invita a mirarnos por dentro, a revisar nuestra conducta y a prepararnos espiritualmente para acoger con un corazón bien dispuesto la llegada al mundo del Príncipe de la paz y del testigo de la verdad. Él viene a compartir con todos la condición humana para hacernos partícipes de su condición divina, para divinizarnos. Abramos nuestra mente y nuestro corazón al Dios de la esperanza para no dejarnos aplastar por el peso de los acontecimientos de la vida y para vencer la somnolencia que se apodera de nosotros. Si dejamos actuar al Espíritu en nuestro corazón, Él tiene poder para hacer nuevas todas las cosas y para renovar la faz de la tierra. Pidamos con el Salmista: “Señor, despierta tu poder y ven a salvarnos”. Con mi sincero afecto, feliz tiempo de Adviento.