Páramos en Sierra Ministra

24/12/2014 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

Por los altos páramos de Guadalajara y Soria, entre Sigüenza y Medinaceli, donde se forjó el Cantar del Myo Cid, he andado hace unos días en busca, no de las huellas de Rodrigo Díaz de Vivar, sino de los austeros paisajes de aquellas tierras, por alguien calificadas de “los hombros de España”. En realidad volví a esas desoladas alturas de Sierra Ministra, perforada por el túnel del ferrocarril, para visitar una vez más el yacimiento paleontológico de Ambrona, en Soria, casi a un tiro de piedra de nuestra provincia, con restos de caballos y elefantes de hace casi 400.000 años y una singular silueta de elefante de tamaño más que natural, reclamo para las fotos de los visitantes. Unos tremendos colmillos de marfil como altorrelieves del suelo, despiertan la curiosidad de todos, así como las nutridas vitrinas del museo “in situ”.Al regreso de Medinaceli, “una formidable alusión de heroísmo en veinte leguas a la redonda”, según Ortega y Gasset, con su arco romano y su solera de pueblo de abolengo, nuestra atención iba más hacia el desolado paisaje de unas parameras, sin choperas por falta de arroyos, que hacia los mínimos poblados mimetizados con el ceniciento color de los eriales. Es una belleza, triste, grisácea, severa, que nada le dice al que llega sin lecturas previas, si no del Poema del Cid, sí de textos del Medievo. Pasamos a la vuelta, sin detenernos, por la frondosidad de las fuentes del Henares, al pie de la torre que alberga al abandonado “reloj macho” de Horna, del siglo XVIII, el más antiguo de la provincia, de hierro de forja, que estaría mejor expuesto en el vestíbulo del ayuntamiento de Sigüenza, su cabeza de municipio, como tantas veces he sugerido, que parado a las tres y cubierto de telarañas y palomina. Sentimos no admirar la Virgen románica de Mojares ni paramos en la Huerta del Obispo, ni en la casa rural de Alcuneza, ni ascendimos a las cuevas naturales de Alboreca, el pueblo en que descansaba Gómez-Gordo,. Pero nos trajimos la imagen solitaria de Olmedillas, una aldehuela a unos 13 kms. de Sigüenza, de tres vecinos y cuatro casas rurales, sí, cuatro, sin nada que mostrar, si no es un lavadero cojitranco y sin carretera de salida. No me queda espacio para más. Ni siquiera para aludir a la silueta a distancia de Palazuelos, mi pueblo familiar, con su cinturón amurallado del siglo XV, en el que desde casi dos kilómetros, con “zoom”, se aprecia la felonía cometida en su castillo.