Carnaval terrorista

16/01/2015 - 23:00 Emilio Fernández Galiano

Lo sucedido en París la pasada semana nos ha remontado a los momentos más tristes de nuestra reciente historia. Es condición humana, pero tendemos a olvidar –tal vez como mecanismo de defensa- lo peor y el dolor, como intentando ahuyentar los fantasmas del pasado. Lo peligroso precisamente es olvidar. El impacto que ha sacudido a nuestra capital vecina ha tenido la trascendencia propia de la gravedad de los hechos. En España ese tipo de atentados han sido, desgraciadamente, periódicos, si no habituales. El terrorismo etarra utilizaba la “opresión” como excusa y la reivindicación de un estado independiente como justificación. Impresiona recordar el número de víctimas que inútilmente perdieron su vida por la sinrazón. Además, nuestro país sufrió igualmente la cólera del fanatismo en los atentados de la estación de Atocha. No es otro tipo de terrorismo, es terrorismo, al fin y al cabo, sólo terrorismo. Igualmente generó una de las reacciones populares más numerosas desde la transición (igual que tras el asesinato de Miguel Angel Blanco). Las manifestaciones fueron igual de numerosas pues fueron una misma reacción a un mismo fenómeno. Los yihadistas, en este caso, utilizaron una publicación como excusa y una religión como justificación. Este tipo de revistas, cuyo estilo no comparto –y eso que hice la portada de una de ellas en el primer número de su relanzamiento- tienen su versión española. Como antecedentes figura La Codorniz, otra cosa, que al final de la dictadura sacudía al sistema con fino humor sorteando ingeniosamente a la tijera de la censura. Le siguieron otras publicaciones, pero dos cuajaron en el mercado: Sal y Pimienta y El Jueves. Sólo ésta última mantiene su presencia en los quioscos. Como digo, no me agrada el humor frontal, soez en muchos casos, transgresor y pretendidamente provocativo. Me gusta más la ironía, la pirueta, la reflexión que termina en carcajada. Siendo la sátira un recurso originariamente literario, encontró la horma de su zapato en el humor gráfico, más impactante e inmediato. Las revistas satíricas, así denominadas y encuadradas las publicaciones de este género, encuentran su público jugando a menudo con la sensibilidad de sus propios lectores. O la de los demás. De ahí que no me encuentre cómodo entre sus páginas. En nuestro país y en el resto del mundo occidental, la libertad de expresión puede encontrar sus límites en la ley y en los tribunales, si ejerciendo aquélla se conculcan otros valores y principios fundamentales. Ese es el equilibrio de la convivencia en un Estado de Derecho. Ahora bien, precisamente el Estado de Derecho tiene que aportar a la sociedad no sólo seguridad jurídica, sino seguridad en el más amplio sentido del término. No hay contradicciones, pues ya se elevan voces que cuestionan dicha seguridad al verse amenazadas, según dicen, las libertades. Libertad y seguridad conviven en nuestra sociedad al ser Estados democráticos. Ello no debe debilitarnos frente a los que no lo son. La revista Charlie Hebdo ha encontrado el apoyo incondicional de la mayoría de la sociedad porque ha sido una excusa para que los terroristas desparramen la muerte sin sentido, la violencia y la muestra de la tiranía que pretenden implantar. No hay mina de grafito, ni aspiración nacionalista ni objetivo expansionista que justifique la muerte, el asesinato y el terror. Las ideas se encuentran en otro plano y se combaten sólo desde las ideas o desde el ordenamiento jurídico de sociedades democráticas. Pero el terrorismo sólo es terrorismo. Me da igual que sea en Hipercor, en Atocha o en la redacción de una revista. Es sólo terror. Por mucho que pretendan disfrazarse tras máscaras de cualquier índole. Tras ellas sólo hay un terrorista.