Del nombre de la madre

02/02/2015 - 23:00 Pedro L.Toledo

Eacía años que no le veía, de hecho desde que desapareció del pueblo allá a finales de los ochenta. Habíamos sido amigos, hasta aquel fatídico día. Desde entonces, nada había sido igual, nos seguíamos saludando e incluso, nos habíamos invitado a algún café, pero todo había cambiado. Habían pasado veinte años y de nuevo estaba frente a mí. Su vida había cambiado mucho. Poca gente recordaba, que aquel al que ahora veían en propaganda buzoneada, pidiéndoles el voto, era el mismo chico regordete de años atrás. Y lo que nadie sabía, excepto yo, era lo que pasó el fatídico día y sobre todo el “por qué pasó lo que pasó”. En estos veinte años de evolución, aquel chico obeso y casi ignorante, se había convertido en un arrogante candidato a la alcaldía. Estábamos en precampaña electoral y no debía quedar nada al azar. Intentó convencerme de olvidar aquellos pecados de juventud y sobre todo aquel fatídico día. Él era el candidato ideal, su partido confiaba plenamente en él. Tenía el apoyo de la cúpula a nivel nacional. Contaba con el mejor programa, con el mejor equipo y con la mayoría asegurada en las encuestas. Se veía ganador, al fin y al cabo estaba cegado por la política. No obstante, tres cosas le preocupaban, lo que yo sabía, lo que no sabía y sobre todo mi silencio. En un primer momento, pensé que su preocupación era infundada. Yo creía estar en posesión de toda la verdad y no tenía intención de contar a nadie lo de aquel día, aunque lo recordaba como si fuera ayer.-¿Qué tal se dio? ¿no sabes lo de la epidemia? -¿Qué me dices? -Igual ya notas picor, lo han dicho por todos lados- le dije según noté como se rascaba con temor en sus ojos- tengo aquí un producto ideal para eso. -Y es bueno. -Eso creo, toma dátelo y ya me dirás- se encaminó al baño y cuando le vi salir con los pantalones por los tobillos y sin poder andar, llegué a la conclusión de que ya nada sería igual. Estuvo cinco días ingresado, con quemaduras de segundo y tercer grado en el pene y los testículos. Sabía que había tenido ladillas, por lo menos dos veces. Fue mencionar la palabra epidemia, mirarle a los ojos y saber que la broma estaba servida. El insecticida canino, mezclado con cloro y zotal estaba preparado. Sin embargo se me fue la mano con la dosis. En ese momento, creía que lo peor, fue el ver sus lágrimas cuando le dijeron que nunca podría tener hijos. Sin embargo, hoy me ha dicho que estaba casado y que tiene dos hijos que no son suyos. En un instante, he descubierto lo peor, el nombre de la madre: Briseida. El mismo nombre que la mujer con la que me he acostado 3 o 4 veces al mes en los últimos 15 años, con dos embarazos incluidos. Que la fuerza os acompañe.