Populismo capitalista

05/02/2015 - 23:00 Jesús Fernández

El populismo es otra forma de capitalismo que usa al Estado como instrumento para enriquecerse sus promotores y dirigentes. La ideología no afecta a la economía y aunque dialécticamente, verbalmente, critican la economía capitalista ellos abogan por un capitalismo de Estado como más favorable a sus intereses. Ellos son los que quieren verdaderamente privatizar al Estado y los que se reparten lo público. La ideología como pretexto y su riqueza como texto. El modelo político y el modelo económico no tienen nada que ver. El capitalismo popular es un engaño más. Lo mismo sucede con otras connotaciones del capitalismo como son los privilegios, los ingresos, las remuneraciones, los corporativismos, los favoritismos y todo el fango de la corrupción existente. Política y dinero son los dos ingredientes fundamentales de estos movimientos sorprendentes por mesiánicos pero cada vez menos. Comienzan por ser un grupo financiero y de intereses como los demás. De servicio y sacrificio por el pueblo, nada de nada. Son una élite al estilo tradicional con sentido de distancia, separación y conciencia de clase. Aspiran a conquistar el poder y, desde él, controlarlo todo y a todos: educación, sanidad, servicios sociales, medios de comunicación, la banca, empresas estatales y administración pública. Revestidos de un modelo asambleario, son unos cuantos elegidos los que toman las decisiones en una estructura fuertemente jerarquizada y autoritaria. Adoptan el personalismo como forma de organización. Sus beneficiarios son los grandes operadores de la izquierda marxista del momento. Acusan a occidente del capitalismo salvaje y ellos son los mayores capitalistas de la selva. El poder político se usa como blindaje para sus intereses económicos y financieros. Con el paso del tiempo, se van descubriendo las verdaderas intenciones de sus propuestas políticas. No les interesa, especialmente, la justicia ni la igualdad social y utilizan las desigualdades como coartada para su discurso de captación. Les interesa una sociedad fracturada, insatisfecha o indignada. Demuestran un afán de protagonismo y una falta de responsabilidad alentando la confrontación social, incluido el ateismo de sus militantes y el desprecio de cualquier creencia religiosa o convicción moral, favoreciendo todo tipo de permisividad a la que contribuyen con su corrupción sistemática e integral. Mercantilizan y rentabilizan el deseo legítimo de los derechos humanos, la vivienda o el empleo, y especulan con las necesidades de los más pobres. Demuestran una codicia sin límites para la que usan a la población desesperada. No les preocupa la decencia en la vida pública y contribuyen a su egoísmo no rompiendo sino continuando la relación intrínseca entre poder político y dinero.