Los partidos como instrumento

27/02/2015 - 23:00 Jesús Fernández

Estamos inmersos en el debate sobre democracia directa frente a democracia representativa como si fueran incompatibles o excluyentes. Algunos hacen de él una confrontación y lo convierten en alternativa con la que se presentan ante los ciudadanos como una nueva opción. De una primera reflexión sobre ambas se llega a esta conclusión: muchos hablan de consultas directas a los ciudadanos pero sólo como paso previo a la democracia representativa o delegada. Los partidos se convierten así en instrumentos de participación pero no son la participación en sí misma. Lo que buscan sus miembros es la representación, no la estructura cameral, asamblearia, congresual o directa. La multitud es incómoda y más difícil de controlar. El grupo de elegidos es más fácil de ser conducido y manipulado. Llevando ya unos años de democracia por el sistema de delegación, habiendo constatado sus abusos y defectos, existen ahora intentos de introducir procesos más directos y transparentes en ella. Sin embargo, constatamos, igualmente, que esos mismos deseos y sentimientos de participación directa son utilizados por muchos para colarse en los partidos y colocarse a la altura de ellos. Una determinada opción política no puede nacer de la rebeldía (que es el nuevo nombre de la revolución) o del desencanto. La indignación, la protesta, la crítica, el descontento, no son motivos suficientes para fundar un partido nuevo ni para dar respuesta a las exigencias de los ciudadanos. No son principios consistentes porque protestas, oposición, desacuerdos existirán siempre. Unas veces vendrán de una parte de la población y otras de la parte opuesta. La sociedad es una permanente contradicción y los valores o derechos humanos no pueden obedecer a esta dialéctica que llega, a veces, a la derogación. Un partido promete derogar lo que apruebe su anterior en el gobierno legítimo. Convertir o reducir la esencia de la política analógica y convencional en derogar es muy peligroso. Necesitamos un nuevo pensamiento político. Algunos creen que la acción política no responde a pensamiento alguno sino a coyunturas y estrategias de la razón ausente. Las bases no intervienen en política legislativa o ejecutiva directamente, inmediatamente. Por lo demás hay que recalcar la responsabilidad que adquiere la población en cada elección pero hay que evitar el peligro de un cierto cansancio pues los representantes son elegidos, cada cierto tiempo, para que trabajen interpretando, lo más fiel posible, la voluntad popular y no dejando siempre al pueblo la decisión en cuestiones ordinarias. Lo más peligroso es convertir los partidos en instrumentos de intereses particulares y eludir la responsabilidad propia y exclusiva que ellos adquieren ante el pueblo que les ha elegido y confiado un mandato.Â