Todo el año es carnaval

28/02/2015 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

Han ya pasado ya los carnavales, y los nombro en plural porque plurales han sido sus celebraciones en todos los pueblos de la provincia a juzgar por las páginas de nuestro periódico. Disfraces, música y piscolabis han sido el fondo común de esas celebraciones, porque ahora, quizá porque vamos superando la crisis, no hay celebración que no se base o se complemente con su tributo a la gastronomía, normalmente gratuito. Migas, gachas, bollos, magdalenas suelen ser esos complementos. No voy a citar los carnavales que más me han llamado la atención para que algunos no lo tomen como crítica a esos dispendios. Y en algún caso así podría ser cuando el exceso se nutre de las arcas municipales. Ahora, finalizando febrero, ¿quiere decirse que hemos dejado atrás el Carnaval? En mi opinión, ni mucho menos. Por algo he titulado que “todo el año es carnaval”. Y lo es porque todo el año vamos disfrazados de lo que no somos. Al salir a la calle o en el trato social nos revestimos de simpatía, de dignidad, de interés por la Cultura, de preocupación por los demás, o sea de apariencias de normalidad cuando todos sabemos, y lo psiquiatras más que nadie, que la anormalidad suele ser frecuente, y quizá por ello hay siempre gente “pa’to”, como decía el Gallo al saber que Ortega y Gasset era filósofo. No somos lo que aparentamos, y no me refiero a la frase evangélica de “sepulcros blanqueados”, pero sí a la sorpresa que muchos/as se llevan al casarse o al enterarse por la Policía de que su vecino era un maltratador, un asesino en potencia o un narcotraficante. Pero volviendo al Carnaval, hay que reconocer que quizá por el apoyo municipal a esta celebración, y también porque estos son otros tiempos, aquello carnavales de destrozonas, mugre y chocarrerías que los mayores conocimos son ya solo un recuerdo. Hoy los carnavales por lo general, y más a medida que es mayor la localidad, han perdido su espontaneidad, pero han ganado en inventiva, buen gusto y elegancia con disfraces cuidadosamente preparados para el lucimiento, y a la vez, no hay que olvidarlo, para intentar ganar en la capital alguno de los sabrosos premios del Ayuntamiento. Pero no quiero terminar sin referirme, como muchos estarán esperando, al Carnaval con que los políticos nos aburren, sobre todo en años electorales, con sus dimes y sus diretes, sus boberías y sus sansiroladas, sin disfraz ni careta, y traten de mostrarse honestos y competentes, aunque sus hechos los desmientan.Â