En estado

01/03/2015 - 23:00 Javier del Castillo

Pero no precisamente de buena esperanza, sino en un estado mucho más embarazoso de lo que algunos presumían. Los líderes del Partido Popular y del Partido Socialista han mostrado ante el pueblo español, como por otra parte viene siendo habitual en este tipo de debates del estado de la nación, dos visiones contrapuestas de una misma realidad. Cada uno ha dibujado su cuadro. El cuadro que más beneficiaba a sus intereses. Mariano Rajoy ha pintado en el último debate una España feliz, capaz de superar los desastres de Zapatero y capaz de levantarse y mirar al futuro con ilusión. Como si quisiera adelantarse a la campaña de las generales, el presidente del Gobierno ha decidido pedir con mucha antelación el respaldo al Partido Popular. De lo contrario, ha dicho, vendrán los demagogos y los vendedores de humo a poner a nuestro país al borde del abismo. Yo o el caos. Del paisaje idílico y bucólico trazado por Mariano Rajoy estaban ausentes – claro está - la corrupción, el empleo precario, la emigración obligada de nuestros jóvenes al extranjero, el enorme endeudamiento del Estado o las estadísticas de los españoles que viven por debajo del umbral de la pobreza. Para refrescarle la memoria al presidente sobre esas cuestiones que no entraron en su discurso ya estaba Pedro Sánchez. El líder de la oposición tenía que reivindicarse ante los suyos y fue contundente en su debut. El problema es que se pasó de frenada y no midió bien las consecuencias de su osadía. Hablarle a Mariano Rajoy de Bárcenas es como citar la cuerda en casa del ahorcado. Y decirle que ha causado un “destrozo descomunal” durante estos tres años a nuestro estado de bienestar tampoco le debió hacer mucha gracia a Don Mariano. Así que se calentó y le llamó patético, de muy bajo nivel, recordándole también la similitud de su discurso con el de Pablo Iglesias. Seguramente, hubiera sido más benévolo de no haber denunciado Sánchez los recortes en políticas sociales. Al final, volvemos a lo de siempre: descalificación del adversario, tergiversación de datos y desprecio a la verdad, pues en este tipo de debates todo vale. Y, mientras tanto, solo nos queda esperar a que después de estos desahogos ya casi obligados las aguas vuelvan a su cauce.Â