Contra la moda (del anti bipartidismo)

05/03/2015 - 23:00 Emilio Fernández Galiano

A las modas las he tenido siempre bastante fobia. Paso por ser de los pocos amigos de mi generación que nunca llevó el pelo largo, ni mucho menos coletillas, ni chapas en chalecos, ni uniformes paramilitares, ni barbas valleinclanianas, ni aros en las orejas, ni vaqueros rotos, ni anillos en los dedos, ni gomina en el pelo ni el propio rapado caprichosamente. Tampoco he calzado zapatos que no fueran más allá de los que evitaran durezas en las plantas de los pies, ni me he colgado abrigos más allá de los que me quitaran el frío (éramos familia numerosa y no estaba la cosa para elegir). Tampoco caí en singulares reclamos por llamar la atención diferenciándome de los demás, porque pensé que la personalidad de uno no precisa de singularidades, sino de lo singular que pueda ser uno mismo. A algunos de mis sobrinos les advertí de las memeces que cometían con el consiguiente disgusto de sus padres, y apelaba precisamente a eso, a que la personalidad de uno no está en lo que te ven, ni si quiera en lo que exhibes. Ni como vistes o como te comportas. La personalidad de cada uno está en uno mismo. Y más aguda es cuanto menos tienes que reclamarla con fetiches reivindicativos. Se me pudo achacar, en ese tiempo, una sosería impropia, una seriedad temprana, un formalismo épico o un tradicionalismo de época. Pero en la actualidad, todos mis amigos llevan el mismo corte de pelo que yo, visten como yo, exhiben su decencia como yo y ninguno ni lleva aros en las orejas ni alardea de sortilegios que encumbren su singularidad. De joven me he divertido mucho, entre otras cosas alardeando de mi clasicismo frente a los modismos. Las modas pasan. Los principios y la sensatez, permanecen. Retornando a mi juventud, me tocó por esa época, allá por la Transición, el defender las ideas de un partido como UCD (Unión de Centro Democrático). Los que me conocen les parecerá obvio, pues fui hijo de uno de sus protagonistas. Hasta para eso, era –como se diría ahora- políticamente correcto, pues ni renegué de mi padre (al contrario de la mayoría de mis amigos, que lo hacían respecto a los suyos), ni de sus ideas. Simplemente, en coincidencia, pensé que era lo mejor para España, como así se demostró -al menos en mi opinión-. La Transición, además de proporcionar a nuestro país una estabilidad imperiosa e imprescindible, fue cauce más o menos armónico de las dos Españas. Unos, se inmolaron en el famoso harakiri de las cortes franquistas dando por finiquitada su posición de gobierno. Otros, los que llegaban, aceptaron la Transición respetando la rojigualda y la monarquía parlamentaria como forma de Estado, al igual que otros muchos Estados europeos de contrastada tradición monárquica y democrática. Pero de las virtudes de la Transición han hablado y escrito eruditos de renombre a los que sólo puedo admirar. Al fin y al cabo bendicen y glorifican un sistema bipartidista. Y precisamente como excelencia y modelo ejemplar de la mejor evolución de una Nación. Ya decía al principio que no soy amigo de las modas ni de los oportunismos. Como apelo en muchas ocasiones a que el conservar los mejores ejemplos de nuestra Historia es lo mejor para no tropezar en errores que se puedan evitar en el futuro, apelo ahora a recordar que la alternancia armoniosa y pacífica en el poder, nos ha proporcionado las épocas de mayor prosperidad, paz y tolerancia de nuestra enrevesada personalidad. Desde Cánovas y Sagasta a Suárez y González, desde Aznar y González a Rajoy y Zapatero, desde Rajoy y Rubalcaba o hasta el mismo Pedro Sánchez. No amparo el privilegio de dos, que en su lícita competencia buscan lo mejor para España, advierto del peligro de que los oportunistas, demagogos, fariseos e ilusos, aprovechándose de una sociedad en evolución, pretendan enarbolar los nuevos ¿valores?. Esos los conseguimos hace años. En paz y alternancia. Y el bipartidismo, como la sociedad, también evoluciona.

 PD: Otra final de la Copa de fútbol de SM el Rey entre el Barcelona y el Athletic de Bilbao. Se puso de moda silbar el himno. ¿Porqué aceptar con resignación el oprobio de que piten el himno del país que le da nombre a la copa que buscan merecer? Voy a proponer que la final se juegue en Ceuta o en Melilla. A ver si los tienen (los tenores)..