El enigma de la rosa blanca

28/03/2015 - 23:00 Ángel Yagüe

Ahora que mucha gente viaja a Sevilla para participar en su bella Semana Santa, recuerdo la propuesta de mi amigo Sebastián para formar parte de una hermandad, la del Amor, en la que él estaba integrado, que tiene su sede en la Iglesia del Salvador. Este templo, en el corazón de Sevilla, en la Plaza del Salvador, es una joya barroca, levantada en 1674. Visitarla ya es una gozada. Una de las cosas que me descubrió Sebastián, tan estudioso de misterios, tiene que ver con una leyenda centenaria de una de las imágenes más espectaculares de esta iglesia, el Cristo del Amor, obra de Juan de Mesa, discípulo aventajado del maestro Martínez Montañés. La leyenda se basa en favores que puede conceder. Según la fórmula, hay que ir personalmente y, ante su presencia, hacer una petición y depositar una rosa blanca en su altar. No se debe contar a nadie la petición hasta que no sea concedida. Conozco a varios que han ido llevando la rosa blanca , desde Madrid, por si no las encontraban en Sevilla. Y dicen que les ha resultado. Pero algunas floristerías de la calle Sierpes, que está al lado, avispadas, se han provisto de rosas blancas. No siempre se cumplen las peticiones. En una ocasión, uno de sus seguidores, frustrado por el resultado de la suya, se puso a despotricar a gritos, ante el Cristo del Amor: “! No me has concedido nada! ¡No vengo más! ¡Como no vengas tú a verme a mi casa...!”. Este Cristo sólo sale en procesión el Domingo de Ramos, pasado mañana. Pero en una ocasión, durante un congreso en Triana, lo trasladaban a hombros, cuando se desencadenó un fuerte chaparrón, que amenazaba con deteriorarlo seriamente. Los que lo portaban entraron en un callejón, donde había un garaje, en el que intentaron refugiarse. Llamaron a la puerta y desde dentro contestaron: “¿Quién va?” “¡El Cristo del Amor!”, respondieron. El que abrió la puerta casi se desmaya: era el que despotricaba contra el Cristo. Mi amigo me ha confesado que en una época en que estaba un poco mosqueado con el Cristo y no acudía a su presencia, le pilló un largo atasco en el coche, por una procesión, que acabó con el Cristo en su presencia. O sea, que vienes o voy. Habrá que ir.