Adoremos al crucificado

29/03/2015 - 23:00 Atilano Rodríguez

A las celebraciones del Triduo Pascual los cristianos hacemos memoria y actualizamos mediante las celebraciones litúrgicas los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Contemplamos la victoria de Jesucristo sobre el poder de la muerte y del pecado, pero pasando por el dolor, el sufrimiento y la cruz. Al venerar la cruz el día de Viernes Santo, los cristianos somos invitados a mostrar nuestra gratitud a quien, desfigurado por el sufrimiento y triturado por nuestros pecados, permanece fiel a la voluntad del Padre y entrega su vida por la salvación de los hombres a pesar del abandono de quienes deberían acompañarle de un modo especial en aquellos momentos de intenso dolor. La muerte de Cristo, vivida en la mayor soledad y en medio de atroces tormentos, se convirtió en fuente de vida y de salvación para cuantos creemos en Él, porque en la cruz está la victoria del amor sobre el odio, de la libertad sobre la esclavitud y de la misericordia sobre el pecado. A quienes nos confesamos discípulos de Jesucristo, su muerte nos enseña también a afrontar el dolor con dignidad, a no desmoronarnos ante los sufrimientos de la vida y a poner la confianza en el Dios que nos salva. Pero, Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación, hoy no sólo camina con nosotros y carga con nuestros pecados e infidelidades, sino que se revela en el rostro de los abandonados y de quienes viven oprimidos por el sufrimiento. Por eso, podemos decir que Cristo sigue muriendo hoy en los millones de hombres y mujeres que ven pisoteados sus derechos, experimentan el hambre y permanecen tirados en la cuneta de la vida, soportando el desprecio, el olvido y la exclusión de sus semejantes. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, lo hicisteis conmigo” (Mt 25, 40). Durante estos días de Semana Santa, detengamos nuestro paso ante la cruz salvadora, contemplemos el amor de Dios manifestado en la entrega de Jesucristo y adoremos con profunda gratitud a quien se entregó libremente al Padre por nuestra salvación. Oremos por la conversión de los violentos, por todos los crucificados del mundo, por los hermanos perseguidos y martirizados en distintos rincones de la tierra. Que sus lamentos, siempre escuchados por Dios, sean escuchados también por los poderosos de este mundo y por quienes tendrían que velar por sus derechos y dignidad. En comunión con Cristo, abracemos con gozo la cruz de cada día para ser auténticos y verdaderos discípulos suyos. No dejemos tampoco de prestar nuestra ayuda y colaboración a tantos hermanos abatidos y desolados por las dificultades de la vida. Ellos, en medio de su sufrimiento, viven con la esperanza de que alguien se acerque a ellos para escuchar sus dolencias y para acompañarles en su dolor. Finalmente, invito a todos los diocesanos a tener un recuerdo agradecido para los cristianos de Tierra Santa. En medio de la pobreza y de la marginación, estos hermanos en la fe son un testimonio de fidelidad y amor a Dios para todos los creyentes del mundo. Si queremos que los Santos Lugares puedan ser custodiados en el futuro y que las pequeñas comunidades cristianas puedan permanecer en la tierra de Jesús como testigos vivos de su muerte y resurrección, es preciso que todos los creyentes del mundo les ayudemos con nuestra oración y con nuestra aportación económica. Por eso la colecta del Viernes Santo la dedicaremos a este fin.