Mis libros

24/04/2015 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

El Día del Libro me da pie para hablar de libros, de mis libros, de mi biblioteca, no de los escritos por mí, que no saldrán de la familia. Estoy refiriéndome al libro en general, y a los libros reunidos por mí, en particular, porque todos van a seguir probablemente el mismo camino: el de las librerías de viejo, el de la trituradora y su conversión en pasta. El libro de papel está perdiendo terreno ante el libro digital, pues, al parecer, de cada tres españoles, uno no ha leído nunca un libro, lo que no concuerda con el aumento de los editados. Pero algo es algo, pues por lo menos el libro se considera un objeto decorativo, y si se luce en nuestros plúteos puede llegar un momento en que por aburrimiento o porque hablan de él en la tele, llegue a leerse. Alguno puede preguntarme: ¿es que no se heredan los libros? Y le contestaría que sí, y hasta podría haber entre mis hijos discusiones para repartírselos. Pero los libros en papel pesan, son incómodos de manejar en paquetes, ocupan un espacio, y éste es el problema. ¿Dónde van a colocar mis hijos en los pisos modernos los centenares de libros de mi biblioteca, si ellos ya tienen los muchos suyos? Un hijo ya me ha dicho: “Papá: no podré quedarme con más de cien”. En este último tramo de la vida ya sabemos, y es lo que estoy haciendo, que hay que ir desprendiéndose de muchas cosas, por lo menos de su uso, como el coche, el piso en la playa, las gratas horas de lectura, los viajes, las botas de montaña, la brújula, los actos públicos, las multitudes, etc., y menos mal, como es mi caso, si a uno no le llegan enfermedades seniles: dolores reumáticos, el parkinson o el temible alzheimer. Pero, como digo en unas quintillas para amigos: “Ser anciano es estar vivo/ luego no es tan mala edad/, por eso no es de recibo/ que con el pie en el estribo,/ olvides esa verdad”. Al mirarnos al espejo no tenemos por qué avergonzarnos de nuestras arrugas de la cara; en todo caso de las del espíritu si al volver la vista atrás encontramos demasiados motivos para arrepentirnos, pero de ninguna manera debemos abandonar la vida activa, el caminar, la curiosidad y el afán de hacer algo, porque, como digo en la última estrofa de mi poema: “Eres viejo, eres anciano/ pero aún tienes en tu mano/ algunas cosas que hacer,/ y no te lo digo en vano/ porque no vas a volver”. Y perdón por estas autocitas de versos para senectos.