Todos contra uno

29/04/2015 - 23:00 Emilio Fernández Galiano

O la rehabilitación del funesto pacto del Tinell, aquél que se firmó en Cataluña allá por el 2003 y por el cual todos los partidos se conjuraban para no pactar en ningún caso con el PP. Algunos lo formalizaron incluso ante notario –qué barbaridad-, y se llegó a hablar de “cinturón sanitario”, como si los populares padecieran o pudieran contagiar el mismo ébola –qué disparate-. (Tendrán que reconocerme que la permisividad dialéctica de unos y otros se obvia o se ensaña dependiendo de quién emane, en una desigualdad insultante). En Baleares, hace días, todas las fuerzas políticas que concurren a las próximas elecciones, han firmado un acuerdo por el cual, sí o sí, pactarán “contra el PP”. No a favor de un proyecto común, ni de una alternativa ilusionante, ni por un cambio “necesario”, no. Sencillamente, CONTRA el PP. Al parecer, en el último momento, Ciudadanos se desvinculó del mismo, afortunadamente. El sistema democrático español posee ya una madurez suficiente como para que pongamos etiquetas a todo y por todo. Resulta curioso, por ejemplo, que en Madrid, el mismo partido presente a estas elecciones a dos líderes –¿porqué decir “lideresas” si la terminación genuina es neutra, pudiéndose diferenciar por el artículo de género: “las líderes”?-, decía, que en Madrid el mismo partido presenta a dos líderes de muy diferentes formas y mensajes. Hasta Izquierda Unida, en su momento, tuvo la valentía de llegar a acuerdos puntuales con el actual partido gubernamental. Ignoro qué maldición existe por la que es imposible que los dos principales partidos puedan eventualmente gobernar conjuntamente. Hace mal el PSOE, en mi humilde opinión, en atrincherarse en una obsesiva actitud “anti popular”. Teniendo en cuenta, además, que la masa crítica del electorado español anda entre uno y otro partido con diferencias nimias y coincidencias principales. De hecho, según los sociólogos, la mutación desde el centro, nudo gordiano ideológico, hacia un lado y otro, es lo que termina resolviendo el color de unos resultados electorales. La aparición de nuevas fuerzas puede revisar planteamientos maniqueos propios de otras épocas. Y en ese sentido, puede borrar fronteras, líneas, que desde la Transición se han considerado infranqueables, cuando sus propios electorados las han cruzado con la mayor naturalidad. La que no han tenido sus representantes políticos. No creo, por ejemplo, que la actitud de Felipe González en postularse como defensor de la oposición venezolana genere división alguna, al contrario, es reconfortante observar el apoyo unánime a gestión jurídica y política tan encomiable. Como en la mayoría de los casos, el problema viene de origen. La dictadura supuso una larguísima pirueta histórica por la que, tras casi cuarenta años y volver a aterrizar en el suelo, nos costó reencontrarnos y nos empeñamos en retomar un guión que ya no servía. La célebre frase “como decíamos ayer” de Fray Luis de León, retomada por el propio Unamuno, ya no procedía. Demasiado metraje como para empalmar un fotograma a otro después de tan larga película retirada al NODO. El nuevo escenario político con la irrupción de los partidos debutantes, si bien no creo que vayan a dilapidar el clásico bipartidismo –que por clásico no deja de ser deseable, al menos como referencia-, sí al menos, pueden lubricar sus oxidados postulados y, en definitiva, actualizarse. El mismísimo Winston Churchill militó en dos partidos, el liberal y el conservador, en función de lo que él pensaba era lo mejor para su país. Y nadie le ha negado pasar a la historia como un gran estadista. Bien es verdad que, tras liderar la contienda bélica frente a la Alemania de Hitler, como líder de la Alianza, perdió en su propia patria las siguientes elecciones generales. Al menos a Churchill, años después, le concedieron el Nobel de Literatura –no el de la Paz-. Dichosa política.