Necesitamos a los pobres

15/06/2015 - 23:00 Atilano Rodríguez

Nuchos cristianos, siguiendo a Cristo pobre, dedican tiempo y recursos materiales al acompañamiento de los pobres y a la solución de sus problemas. Estos comportamientos con los necesitados forman parte de la entraña del Evangelio y, más concretamente, del mensaje evangélico sobre las obras de misericordia, en el que se nos invita a dar de comer al hambriento y de beber al sediento. Sin embargo, cuando centramos la actividad caritativa y social de la Iglesia sólo en la donación de lo que somos y tenemos a los necesitados, podemos pasar por alto y no tomar en consideración los muchos beneficios que los pobres nos reportan a nosotros. Si nos fijamos, veremos que los pobres tienen muchas cosas que enseñarnos y, por tanto, es preciso que en la relación con ellos actuemos en todo momento con profunda humildad para dejarnos interpelar y evangelizar por su situación concreta. Quienes experimentan en sus carnes la pobreza y la marginación social nos ayudan, entre otras cosas, a no caer en la rutina de nuestras acciones, nos invitan a ser solidarios con todos y nos animan a valorar cada instante de la vida como un regalo de Dios. La escucha de los necesitados, en quienes brilla el rostro de Cristo, nos ayuda a salir de nosotros mismos, a no cerrarnos en los pequeños problemas de cada día y a descubrir la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos por medio de ellos. Los pobres y los marginados de la sociedad nos piden que concretemos el amor fraterno, que practiquemos la justicia y que vivamos con sentimientos de misericordia. Partiendo de estos efectos benéficos de la relación con los pobres, se entiende muy bien que el papa Francisco nos invite a ponerlos en el centro de la misión de la Iglesia: “La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia” (EG 198). El Santo Padre llega incluso a señalar que aquellas comunidades eclesiales, que pretendan subsistir tranquilas sin ocuparse de los pobres de forma creativa y renuncien a cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad y para incluirlos a todos, corren el riesgo de la disolución, aunque hablen de temas sociales o critiquen a los gobernantes por su falta de compromiso. Más recientemente, el Santo Padre ya no sólo se refería a los efectos benéficos de los pobres para las comunidades cristianas, sino para la misma sociedad. El día 31 de diciembre, en la homilía pronunciada con ocasión de las Vísperas Solemnes de Santa María, Madre de Dios, el Papa nos hacía un llamamiento a defender a los pobres y a no defenderse de ellos, a servir a los más débiles y a no servirse de ellos. Concretamente, el Papa afirmaba con valentía y clarividencia: “Una sociedad que ignora a los pobres, los persigue, los criminaliza, esa sociedad se empobrece hasta la miseria, pierde la libertad, prefiere el ajo y la cebolla de la esclavitud de su egoísmo y esa sociedad deja de ser cristiana. Los pobres y débiles son el tesoro de la Iglesia y de la sociedad”. Que el Señor nos conceda la dicha de contemplar a los necesitados como el verdadero tesoro de la Iglesia y de la sociedad.