Poder constituyente

19/06/2015 - 23:00 Jesús Fernández

Algunos grupos pretenden implantar y vivir en un permanente estado constituyente. La Constitución de 1978 por la que tanto lucharon (o no) ya no satisface sus ambiciones y aspiraciones. La música de su reforma sigue sonando constantemente. ¿No quedamos en que el texto actual y la redacción conseguida era suficientemente amplia, flexible y consensuada, alejada de toda rigidez, como para abarcar o permitir diferentes opciones de gobierno? ¿A qué viene ahora esta prisa reformista? Los niveles de insatisfacción de los ciudadanos no llegan a ese marcador. Los índices de descontento de la población no se refieren a la Constitución en sí misma sino a su respeto, desprecio o cumplimiento. Y esto es un factor o peligro externo a ella que existirá siempre. Ese es el espíritu que se debe reformar, no la redacción o el texto actual. Oigamos a los reformistas y la ambigüedad de sus argumentos. Primero la estabilidad. Para muchos de nosotros la referida Constitución supuso un gran paso o elemento de estabilización de la vida en comunidad mediante el comienzo de instituciones democráticas de participación. El argumento se vuelve en contra. Para los partidarios de la reforma, la existencia del Estado constitucional de hoy es un elemento de inestabilidad, de desequilibrio y de inoperancia política. Dicho brevemente, para ellos, la Constitución actual es un peligro casi inminente. Estamos al borde del hundimiento. La izquierda reformadora permanente y revolucionaria hasta que llega al poder, pedirá y luchará por la revisión de todas las Constituciones que no nazcan de ella o que no tengan en ella sus raíces y fundamentos. Mandan por delante la inquietud, el miedo, la insatisfacción, la amenaza, el cambio profundo para que la población tome sus decisiones. Siempre hemos pensado, precisamente, en una Constitución resistente al cambio. ¿Por qué ahora se invoca al mismo para discutir su valor más allá de lo convencional? Terminadas las celebraciones de la victoria, apagados los focos y la música, vueltos a la normalidad diaria con el poder conquistado en sus manos, ahora comienza el verdadero proceso constituyente, la lucha por una supresión de la Constitución, por un movimiento o alzamiento de todas las fuerzas que coinciden en esa dirección. La democracia sirve para celebrar eventos y ninguno más grande que ese que se ofrecerá como gran trofeo a sus seguidores y militantes. Será quizá una rebelión más silenciosa. Las medidas avanzarán en la oscuridad de la noche para no hacer ruido ni despertar sospecha. Sólo cuando llegue la luz del día se verá el destrozo que se ha hecho a la convivencia social de un pueblo al que algunos obligan a vivir en un permanente estado constituyente, lejos de las normas que garantizan seguridad y estabilidad jurídica para todos los que creen en ellas.