La enajenación de la democracia

28/06/2015 - 23:00 Jesús Fernández

Quedan, estos días, los dirigentes políticos, calculadora en mano, sumando los números que formen una mayoría de gobierno en las instituciones. Si antes esos mismos se esforzaban por convencer a los ciudadanos, ahora hay que trabajar en atraer la voluntad de sus representantes para conseguir una mayoría matemática. Ya no importan las ideas, las propuestas, los programas, las personas. Ahora urge llegar al poder como enajenación de la libertad. Siempre hemos creído que las mayorías o minoras tenían un origen o una conformación “natural” a partir de afinidades o coincidencias en esos elementos citados más arriba, como son, los principios y los programas. Ahora se ve que la única mayoría natural que aglutina a todos los partidos es el disfrute del poder. Esto es una locura. Se ha llegado a la dolorosa conclusión de que la democracia es la hegemonía de las mayorías sobre las minorías. Otra manifestación errónea de la democracia es la venganza que se ejerce de unos grupos contra otros apoyados en dicha mayoría. Se raya en el odio. Las categorías de pluralismo, conflicto o confrontación con que se quieren presentar estas relaciones, no son suficientes. Se aplica, desde el principio, el concepto bélico de vencedores y vencidos. ¡Ay de los vencidos! La espada y la bota aplastan al derrotado. La única alianza importante es la alianza del poder. El es quien unifica las voluntades enfrentadas. La única colaboración es el poder ejercido. Ya nadie se preocupa de la calidad de las decisiones, de su profundidad o trascendencia moral. Los ciudadanos contemplan impotentes cómo su elección se convierte en mercadeo de cargos o cambio de favores personales. La única razón de sus decisiones es el interés individual de los dirigentes. Luchas internas por el poder en vez de solución de los problemas de los ciudadanos. Ese es el juego o el espectáculo actual, la falta y vacío de la democracia convertida en negociación.La democracia se alimenta de la pluralidad de opiniones y de la fuerza de los argumentos. Ahora, por el contrario, vive de la mentira, de la traición, de las promesas incumplidas, del engaño, del miedo a los grupos (mediáticos) de presión. Cuando vemos que la fe y la cultura democrática de un pueblo están siendo erosionadas por la corrupción de los políticos, hay que buscar la causa de ello en la falta de principios democráticos. Las mayorías no gobiernan para todos los ciudadanos sino sólo para sus miembros. Las cuestiones o los problemas generales no vienen argumentados desde la razón sino desde el interés o provecho de dicha mayoría gobernante. Por eso la democracia parece cada día más extraña, más alejada, mas enajenada. La legitimidad de las decisiones está apoyada, únicamente, en la mayoría que la sustenta.