Vacaciones forzosas

02/07/2015 - 23:00 Antonio Yagüe

Estos días se ha publicado que el Gobierno japonés ha tenido que diseñar una norma para obligar a los trabajadores a tomarse un mínimo de cinco días libres, ya que renunciaban a sus vacaciones. Todas. Y allí tampoco existen “puentes”. Casi lo mismo que en España donde el miércoles se inició la desbandada hasta septiembre. Incluso algunos volverán con algún día de retraso. Ya hay oficinas y establecimientos que han colgado el “Cerrado por vacaciones”. Los japoneses son tan raros y poco ejemplares que no saben qué hacer ni en casa ni con el tiempo libre. Se les caen encima. Hasta llegan a pedir horas extras gratuitas por vacaciones rogando que les dejen trabajar. También es conocido que hacen las huelgas currando más, aumentando así la productividad para generar a la empresa problemas de stocks y hacerle vender más barato. Los psicólogos advierten de que hay un lado oscuro en tanto amor a la empresa, una especie de enfermedad social y de dificultosa relación fuera de ella. Aconsejan más relajación, extender la reposadera, olvidarse de ordenadores y móviles y pensar en la nada. Esa es la prueba del algodón para saber si uno es adicto al trabajo. Dicen los historiadores que las vacaciones (vacatio, exento de obligación) comenzaron con un descanso que se otorgaron los jueces con el noble propósito de no distraer a los agricultores en meses de máxima labor. Luego se apuntaron los clérigos, que tenían a su cargo la educación y poco a poco incorporaron este descanso en el calendario escolar. Después, los trabajadores de fábricas y oficinas. Todos a la fuerza, para dejar trabajar en paz a la gente del agro. Los estudiantes del mundo rural sentíamos estas vacaciones forzosas con desagrado. Mucho mejor los libros, el deporte y paseos en la ciudad con alguna chica en perspectiva que la “colaboración en las nobles labores de la agricultura familiar”, como encomiaba un profesor. Es decir, segar, trillar y achicharrarse. Era nuestra forma paleta de ver el mundo. Tanto que volvíamos dos días antes de tiempo. Y sin síndrome postvacacional alguno. Porque esa es otra, los problemas de adaptación entre ocio y trabajo suelen generar a muchos estrés, ansiedad y depresión, a la larga perjudiciales para las empresas. Al final van a tener razón los japoneses.