Negociación de la ética

03/07/2015 - 23:00 Jesús Fernández

Estamos inmersos en un amplio y complejo proceso de negociación entre las formaciones políticas que, a raíz de las últimas elecciones, se sienten obligados y se sientan a dialogar y a intercambiar acuerdos entre ellas para ocupar los gobiernos de las instituciones. Sin embargo, es sorprendente cómo se negocia sobre la moralidad y la ética del comportamiento político. Nunca se podría pensar que la honestidad, la transparencia, la honradez., la ejemplaridad, la austeridad de nuestros cargos públicos podría ser objeto de negociación o moneda de cambio. La ética no es negociable. De lo contrario asistimos a la negación de esa misma ética y a la afirmación o reconocimiento de que hasta ahora no existía en esos ámbitos de actividad. No se negocian los valores morales, no se negocian los derechos –se podría decir- no se pacta el grado de corrupción admisible sino las medidas a tomar para corregir los abusos posibles o existentes. ¿Eso significa que la limpieza ética y la honestidad de las personas no van en los programas de los partidos y de las organizaciones, en la selección de los candidatos? A este extremo hemos llegado, a tener que pactar el grado de permisividad moral en la sociedad para no levantar sospechas, para no llegar a escandalizar a la población que paga con sus impuestos la vida licenciosa e inmoral (incluida la privada) de todos nuestros mandatarios y dirigentes. Esto quiere decir que la ética política no pertenece al terreno de los principios sino de las estrategias en las organizaciones. Que no es un fin sino un mero instrumento en política. Que no es un absoluto, un imperativo democrático sino una contingencia relativa o cultural y condicionada a las exigencias del pueblo. Mientras los ciudadanos no lo reclamen, mientras lo admitan o consientan, mientras las leyes lo toleren y no lo castiguen, todo está permitido, sigue siendo posible el engaños, el abuso, el aprovechamiento, el enriquecimiento personal a la sombra de las instituciones. En definitiva, que hemos convertido la moralidad en un asunto cultural, de formación democrática. Por eso muchos tememos que todo este juego de negociaciones vaya dirigido sólo a salvar las apariencias, mientras que otros centros de poder, de educación, de información o de comunicación se dediquen a preparar al pueblo para que metabolice la tolerancia y comprensión de tales conductas y excesos inherentes al poder e inseparables de su ejercicio en beneficio de la comunidad. No se es honrado por ser demócrata sino que se es demócrata por ser honrado. No hay otra alternativa y aquel que no sea capaz de seguir este trazado de la conciencia, que se retire del servicio público. La ética no es negociable pues hay una ética de la negociación por encima de ella.