La creación, manifestación de la bondad y belleza de Dios

28/07/2015 - 23:00 Atilano Rodríguez

El lenguaje utilizado por el libro de El Génesis al narrar la obra creadora de Dios puede resultar especialmente chocante para muchos hombres de hoy y, también, para el lenguaje científico utilizado en nuestros días. Con el fin de encontrar claridad en este tema, deberíamos tener en cuenta desde el primer momento que el autor sagrado no pretende ofrecernos una enseñanza científica sobre el mundo, sino una verdad salvífica. Por medio de un lenguaje popular, sencillo y comprensible para los hombres y mujeres de aquel tiempo, el redactor o redactores del libro de El Génesis pretenden dejar claro que Dios crea para salvar. Como nos recuerda el papa Francisco: “En la Bíblica, el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo y esos dos modos divinos de actuar están íntima e inseparablemente conectados” (LSi, n 73). Por lo tanto, al leer y meditar la Sagrada Escritura, hemos de distinguir bien las verdades que el texto sagrado quiere enseñarnos y el lenguaje literario utilizado para enseñarlas y hacerlas comprensibles. Este lenguaje, que puede ser difícil de asumir por la cultura actual, era sin embargo perfectamente comprensible, inteligible y aceptado por las personas y por la cultura de aquel momento histórico. Partiendo de estos presupuestos, la narración de la obra creadora de Dios a través de un trabajo realizado en seis días nos permite deducir algunos principios importantes. Concretamente, podemos afirmar que no hay nada que no haya sido llamado a la existencia por el Creador y que todo lo que existe es bueno de acuerdo con su naturaleza. Incluso las cosas que se han transformado en malas, tienen un núcleo bueno. Además, de la narración bíblica también resulta fácil concluir que los seres creados, aunque son independientes los unos de los otros, sin embargo son complementarios entre sí. Esta complementariedad se observa fácilmente cuando contemplamos la necesidad que todo ser humano tiene de la naturaleza, de los animales y de sus semejantes para vivir y desarrollarse como persona. De la variedad de los seres creados y de las relaciones entre los mismos, deriva también la belleza del universo, que es un reflejo de la infinita belleza del Creador. La misma creación, en su orden y armonía, es manifestación y reflejo de la extraordinaria bondad y belleza de Dios. Por eso, el Nuevo Testamento nos dirá que tanto el hombre como el resto de la creación están orientados a la gran fiesta final, cuando Cristo venga a buscar al hombre y al mundo para que Dios, con su belleza y bondad, sea todo en todos. Cada una de las criaturas salidas de la mano de Dios durante los seis días de la creación tiene su bondad y perfección propias. De hecho, el libro de El Génesis se encarga de recordarnos con cierta insistencia que, al concluir la obra realizada cada día, “Vio Dios que era bueno”. El Concilio Vaticano II, al referirse a esta perfección de las criaturas, afirma que “por la condición misma de la creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden” (GS 36). En conclusión, las distintas criaturas queridas por Dios en su ser propio son un reflejo de la sabiduría y de la bondad infinita de Dios. Por esta razón, el hombre ha de respetar la bondad propia de cada criatura, así como las leyes que el Creador ha inscrito en la creación, con el fin de evitar un uso desordenado de las cosas, que lleve consigo un desprecio del Creador o que pueda acarrear consecuencias nefastas para el hombre o para su ambiente (CEC 339 y 346)..