Democracia reproductora

17/08/2015 - 23:00 Jesús Fernández

Siempre se habla de la democracia como soberanía o poder del pueblo. Pero ¿qué pueblo? ¿qué población? ¿Se puede pensar en una estructura política reproductora de la estructura social o económica en un país como el nuestro? Bajemos a la realidad de lo concreto. Durante mucho tiempo se creyó que las opciones electorales obedecían a estamentos sociales y ellas reflejaban o correspondían a dicha escala social. El marxismo ha comprado esta tesis y se instala en la cultura europea como una ideología o revolución de las clases más pobres. El “lumpen proletariat”, el desecho de la población, la clase obrera, tenía que votar, por imperativo materialista, al comunismo o revolución marxista como sistema redentor y salvador. La dictadura del proletariado es la respuesta a la dictadura del capital. Nos seguimos preguntando ¿hay una relación casi automática entre clase social y opción electoral? ¿Es el poder adquisitivo el que determina el poder político? ¿Sirve la democracia como una estrategia conservadora o reproductora de las clases sociales? Según eso, los ricos prefieren sistemas políticos defensores de su riqueza y los pobres aspiran a partidos que les liberen o rediman de la misma. Ya tenemos el enfrentamiento o división económica convertida en conflicto ideológico, social o político. Cada uno vota según vive. Por otra parte, la teoría actual dice que los modernos partidos políticos son ya, hace tiempo, interclasistas y que no responden ni corresponden a una “clasificación” social o a un perfil económico y educativo de la sociedad actual. Por otra parte, hay movimientos ciudadanos, organizaciones y asociaciones que se rigen o se dedican a proponer el proceso social contrario, como es, transformar la sociedad a su imagen y semejanza. ¿Es la movilidad ciudadana quien crea los partidos o son los partidos los que conforman la sociedad? No aceptan el ser o la situación y se afanan por un cambio interesado. Para ello es necesario comenzar por una desestabilización de los fundamentos sociales y de la consolidación constitucional conseguida. Según otros, lo más conveniente para la marcha de una democracia sería una sociedad mayoritariamente de clase media. La estabilidad y la moderación política le siguen a una sociedad del bienestar y de la prosperidad, desarrollada y satisfecha en sus necesidades y aspiraciones. Pero la lucha social no termina con el enriquecimiento y nada de esto sirve para gentes o militantes que adoptan la revolución como sistema en un sentido radical y fundamentalista para cambiar todo lo que no responda a sus intereses. Porque no nos engañemos, no es la insatisfacción social el acelerante del cambio social. No existe una sociología del cambio sin una antropología del interés. Es el hombre ambicioso, sediento de poder, interesado y egoísta el que se lanza a la conquista del poder. La democracia y el pluralismo son una muy buena coartada.