Cotos de setas

02/10/2015 - 23:00 Antonio Yagüe

Na han asomado los primeros hongos y setas, uno de los alimentos más exquisitos, con más de 100 sabores y 275 aromas diferentes, descritos por Paul Ramain, padre de la microgastronomía francesa. Y miles de aficionados se preparan para una temporada que estrenará coto en Orea, el pueblo más alto y envidiado del Señorío y de la provincia por sus 1.502 metros sobre el nivel del mar, por su riqueza micológica y una orografía, con pinares, valles y tremedales, de una hermosura abrumadora. Todo indica que este pueblo será pionero en este tipo de espacios vedados, ya regulados y no exentos de polémica en siete comunidades, con Castilla y León y Aragón a la cabeza. Precisamente, aunque no lo dicen abiertamente, su implantación hace dos años en los pueblos colindantes turolenses de Orihuela del Tremedal, Bronchales y Griegos les han movido a dar el paso. El resultado fue una avalancha de recolectores de setas y sobre todo níscalos y “porros” (boletus edulis), que el año pasado se desviaron a sus montes libres. Los cotos son para sus detractores un intento de “poner puertas al campo”. Defienden que estos productos de la tierra escapan legalmente a la propiedad de los terrenos y que la recaudación no dará ni para cubrir los gastos de vigilantes y vendedores de tiquets. Para los defensores, así se evita la entrada incontrolada y desmanes de aficionados sobre todo al refrán “De lo que no cuesta lleno la cesta”. En esta zona y en torno a Molina la Guardia Civil ha multado a algunos que incluso usan rastrillos y causan un daño irreparable. Son “jornaleros” furtivos, a veces inmigrantes sin recursos, contratados para hacerse con cantidades ingentes de hongos que luego entregan a mayoristas para su distribución en mercados, comercios y restaurantes. El coto también permite controlar las cantidades recogidas de estos manjares, básicos en la dieta mediterránea y recomendados en regímenes de adelgazamiento. “Puede que haya gente que se arriesgue a ser pillado y tenga que abonar una buena multa. A ver cómo funciona”, comenta Pilar Martínez, natural de Bronchales, casada y afincada en Orea, setera infatigable desde la infancia. Confiesa que en 2002, el gran año micológico, llegó a recolectar una tonelada larga. “Lo que hace falta es que este año sea igual”, pide.