El pitufo gruñón

09/10/2015 - 23:00 Javier del Castillo

Me recuerda a ese tipo de ciudadano que se cabrea cuando le das los buenos días. Han pasado ya más de once años desde que abandonó la Moncloa, pero Aznar no acaba de asumir el papel de expresidente. Está en su perfecto derecho de manifestar sus opiniones sobre los principales problemas de España, pero resulta difícil de entenderla crítica obsesiva a la gestión de su sucesor, elegido a dedo por él mismo. En lugar de asumir sus propios errores, que no fueron pocos, sobre todo en la segunda legislatura, señala a quien fue uno de sus hombres de confianza como culpable de actuaciones que tuvieron lugar mucho antes: cuando precisamente él era presidente del Gobierno y del PP. La desconfianza que provocan algunos de los actuales dirigentes del PP comenzó con Aznar. En la boda de su hija pasearon sus mejores galas por el patio del Escorial los máximos responsables de la Gürtel; en la sede de Génova las cuentas las llevaba Luis Bárcenas, y uno de los candidatos mejor posicionados para ocupar la plaza vacante del ya engreído y prepotente Aznar no era otro que el ahora imputado Rodrigo Rato. Con esta carta de presentación – a la que podríamos añadir algún detalle menor, como el relevo de Ruiz-Gallardón en el Ayuntamiento de Madrid, o sus excelentes relaciones con Pujol y Arzalluz–, hubiera sido mucho más elegante hacerle las críticas a Rajoy en privado. La nostalgia conduce a la melancolía, pero en el caso del que fuera presidente del Gobierno de España, también conduce a poner de muy mala leche a quienes son víctimas colaterales de esa corrupción que empezó en el entorno de quien era el jefe indiscutible de la tribu. En lugar de criticar públicamente al PP al día siguiente de confirmarse el éxito de Ciudadanos en las elecciones catalanas, lo que tendría que haber hecho Aznar es explicar la destitución en su día de Alejo Vidal-Quadras en el PP de Cataluña o aclarar el pecado cometido por Rajoy para dejar de ser “su” sucesor, “su” candidato y “su” hombre de confianza. Teniendo amigos así, Mariano, sobran todos los enemigos. A poco más de dos meses de unas generales, ¡qué bien hubiera estado callado! O, como Zapatero y Sánchez interpretaron el martes, fundido con Rajoy en un abrazo. Y Esperanza aplaudiendo al lado. Para grabarlo.