Democracia cooperativa

12/11/2015 - 23:00 Jesús Fernández

Las democracias modernas tienen un problema pendiente de resolución y es la relación o identidad existente entre partidos políticos y Estado. Literalmente, y no sólo como metáfora, los árboles de los partidos no nos dejan ver el bosque del Estado pues lo tapan y lo absorben. Tan cierto es esto que en algunos países, existe partido único para un Estado único. Coincidencia total. Todo se confunde y se mezcla. Tenemos dos referencias históricas. El 1 de diciembre de 1933 el Parlamento alemán aprobó una ley llamada Ley para garantizar la unidad entre Partido y Estado. En aquellos días el partido hegemónico era el NSDAP (nacional socialista) que se convertía, según dicha Ley, en el titular y depositario único de las intenciones y pensamiento del Estado. El segundo ejemplo está en las dictaduras comunistas del Este europeo. Durante 40 años de hegemonía, el partido único era dueño absoluto del Estado. Los jóvenes comunistas actuales no comprenden lo que significa que el Estado sea, en esos países, el dueño exclusivo de suelo, vivienda, fábricas, producción, escuelas, universidades, carreteras, tierras, agricultura, cosecha, mercado, hoteles. Dicho control se ejerce por medio de derechos o licencias administrativas. No existe ni propiedad ni iniciativa privada. ¿Sucederá lo mismo cuando existe un pluralismo político que llamamos democracia? Se puede hablar de un Estado de los partidos. Una democracia de partidos ¿necesita un Estado de partidos o unos partidos Estado? En la Constitución Española de 1978, el art. 6 define a los partidos como signo del pluralismo social e instrumentos de participación ciudadana. Todos hemos oído hablar de la distinción e independencia de poderes, de la separación entre Iglesia y Estado, de la función de los sindicatos, de la libertad religiosa, de la libertad de prensa. En nuestra vida democrática necesitamos una Ley para la separación y diferencia entre el Estado y los partidos. Lo mismo sucede con los Sindicatos. La Ley Orgánica 8/ 2007 de 4 de julio sobre la Financiación de los Partidos, les convierte en rehenes y partes o extensión del Estado, vía presupuestos y recursos públicos. Los partidos se mueven por el poder y el que alcanza el poder del Estado conquista el Estado y se confunde con él. Los miembros de los partidos, militando en ellos e introducidos en la administración estatal por ellos, aspiran a convertirse en funcionarios del Estado que administran. No distinguen entre partidos e instituciones (del Estado) y ocupan ambas con el mismo afán y ambiciones. Buscan a manera de perpetuarse en ellas sin distinguir unas de otras. La solución está en lo indicado al principio en el título. Los partidos no son el Estado sino una forma de cooperación con él para la promoción e impulso de una democracia cooperativa. Distinción y colaboración dentro de la autonomía o separación de cada uno. Vivimos una democracia fusionada, absorbida, (secuestrada dicen otros) por los Partidos. Esto es una reminiscencia de dictaduras y nacionalismos del siglo XX donde dicha identificación llegó a su expresión más trágica. La tragedia de hoy es menos explosiva pero igual de real y efectiva.