Trancazos fatales

19/11/2015 - 23:00 Antonio Yagüe

Cuenta el mochalero Carlos García que en Portugal todavía son dados a poner en los epitafios sobre las tumbas el motivo de la muerte o abandono de este mundo. “Falleció de un catarro. ¡Pero qué catarro!”, leyó en una de Lisboa. En España, donde ya apenas se pone la fecha de llegada y partida al otro barrio ni se hace referencia al estado de gracia, se habría simplificado: “Murió de un catarrazo”. Este trastorno, tan frecuente con los cambios bruscos de temperatura y el tiempo invernizo que se está instalado en tierras molinesas, era en 1825 la causa de muerte más importante tras la tisis. Incluso hoy, a pesar de todos los avances, el INE atribuye 1.500 muertes anuales a gripes y catarros, llamados técnicamente “infecciones respiratorias altas”.
Los médicos aseguran que un adulto normal padece 1 o 2 catarros al año y un niño 5 o 6, y que son tan variados como los 200 virus implicados en ellos. También tiene cuño campesino el término “trancazo” como sinónimo de constipado fuerte: “Tengo un trancazo grande”, se dice, aunque la tranca no aparezca por ningún lado y quien la maneja tampoco. Con todo, más peligrosos eran los tabardillos que asolaron a nuestros antepasados, según certificaciones civiles y eclesiásticas.
También se atribuía su origen a cambios bruscos de temperatura y a “coger frío” en esos días tontos que parece que “hace bueno”, uno se hace el jaque, se descamisa ¡y zaca! “Gracias Virgen de la Salud por haber curado a mi Juan de un maligno tabardillo” , rezaba entre cientos un exvoto colgado en los muros del santuario de Barbatona, antes de que fueran retiradas estas ofrendas con la forma de los órganos afectados y sanados. Hoy han quedado reducidas a mínimas representaciones y algunas lápidas, que no dejan de ser emotivas pero más aburridas.
Los certificados de defunción oficiales actuales eluden la causa del fallecimiento para salvaguardar la intimidad del difunto y familia. Don Eugenio Díaz Torreblanca, médico formado en Alemania, conocido como Tararí y cuya historia no hace hoy al caso, los despachaba en el Mochales y Amayas de posguerra con un escueto verbo: (Fulano) “feneció” el día… Un adelantado de su tiempo, fiel al principio de evitar la intromisión en la vida privada. Aunque desatara raras leyendas.