Árboles vetustos

26/11/2015 - 23:00 Luis Monje

Si en la especie humana los ancianos son objeto de especial atención y respeto, en el mundo forestal creo que sucede lo mismo con los árboles vetustos sin necesidad de que por su edad o corpulencia tengan que ser árboles singulares, como son, por ejemplo, los famosos secuoyas de California, bastantes baobads de Tanzania y algunos olivos varias veces centenarios de España. No quiero dejar de mencionar el ya célebre olivo milenario de Puebla de Valles, cerca de Tamajón, que si no tiene mil años, se acerca mucho, y al que visito con frecuencia para admirarlo frente a la iglesia, en la plaza del pueblo, a donde fue trasplantado por su dueño, mi amigo Manuel Sanz Iruela, a la sazón alcalde de la localidad y siempre un enamorado de su pueblo. Otros árboles singulares de Guadalajara podrían ser La Carrascaca, de El Pedregal, la olma de Pareja, de unos 400 años y los que, por culpa de la grafiosis, desaparecieron de la plaza de Milmarcos, plantados, uno en 1647 y otro exactamente un siglo después, datos contrastados porque las fechas están grabadas en la fachada de la iglesia. Pero no hace falta irse tan lejos para encontrar árboles venerables, aunque no sean altos y gruesos, de los que superan la altura de muchos tejados y su perímetro no puede ser abrazado por dos hombres cogidos de las manos. Los podemos encontrar en algunos de nuestros parques, a los que dan categoría y señorío con su frondosidad y corpulencia. También los hay de estas características en las riberas de nuestros ríos. Yo disfruto, como alguna vez he escrito, de la soledad y belleza de un grupo de chopos centenarios, a los que llamo “mi chopera”, en un lugar de la vega del Tajuña donde no quiero intrusos que alteren su silencio. Cuando paso junto a un árbol que creo centenario y lo miro con respeto, a veces me paro a pensar: “-Si a lo mejor es de mi tiempo”. Y entonces lo miro desde otro aspecto, no digo como a un compadre, y ni siquiera como a otro viejo, porque nuestros tiempos son distintos, y en su quietud vegetal no hay espacio para los recuerdos. Pero ¡quién sabe! a lo mejor me reconoce cuando llego. Cuando a su sombra me tiendo en las tardes veraniegas me recibe siempre con el temblor y clamor de sus hojas, aunque a lo mejor es por el soplo del viento. Pero cuando junto a su grueso tronco se pone a jugar un nieto me da la impresión de que se alegra como si fuera su abuelo. Pero los árboles tienen vástagos, pero no hijos y nietos. En eso le llevo ventaja al ser los dos senectos, pero mi sombra es distinta, aunque yo también los protejo.