Centenarios

30/01/2016 - 23:00 Javier del Castillo

No se trata de hacer comparaciones, pero sí de observar en sus diferencias algunos de los rasgos más interesantes de dos personalidades. Tampoco voy a enumerar aquí los méritos de ambos, pues de sobra son conocidos. Tanto Camilo J. Cela como Antonio Buero Vallejo están, sin lugar a dudas, entre las figuras más importantes de la literatura española del siglo pasado.
Nacieron en el mismo añode 1916- Cela en Iria Flavia (La Coruña), y Buero en Guadalajara -, con el Conde deRomanonesen la Presidencia del Gobierno, en plena Guerra Mundial, y sin sospechar que con el tiempo llegarían – por caminos casi opuestos - a compartir honores, como el de la Academia de la Lengua o el Premio Cervantes.
Buero dedicó su vida al teatro –igual que la dedicó Cela a la poesía, a la novela o a los libros de viajes -, sin apenas hacer ruido, sobreponiéndose a la condición de formar parte de los perdedoresen la última contienda. Pero aprovechando, eso sí, los recursos del lenguaje para escapar a la censura y poder así denunciar las injusticias y las mentiras de aquella España gris y atrasada.
Tuve la oportunidad de hacerle algunas entrevistas en su casa de General Díaz Porlier, en Madrid, frente al retrato pintado por él mismo de Miguel Hernández, y pude apreciar la calidad humana del personaje. Le costaba hablar de su juventud en Guadalajara. Le costaba y le dolía explicar su paso por la cárcel, después de una pena de muerte conmutada.Comprometido con la democracia felizmente recuperada, su mundo era el teatro. La reconciliación y la tolerancia quedaron retratadas en las partidas de cartas con Vizcaíno Casas, en la sierra madrileña durante el verano.
El mundo de Cela también fue la literatura, aunqueforjada en circunstancias más favorables. Siempre estuvo más cerca de los vencedores, pero eso no quita para que tres de sus primeras obras - “La familia de Pascual Duarte”, “La Colmena” o “Viaje a la Alcarria” -sean suficientes para incluirlo entre los más grandes. Y nadie puede decir que el Nobel no estuviera justificado.
Sin embargo, los laureles de su última etapa y algunas compañías le desviaron hacia derroteros menos literarios. Convirtieron a Cela en personaje de farándula. Aunque siempre nos quedará “Viaje a la Alcarria”.