Un aragonés universal

15/01/2015 - 23:00 Conchita del Moral

El día 9 de enero de 1902, naciste en la ciudad de Barbastro (Huesca), y me gusta recordarlo cada año y mandarte una felicitación al cielo. Eras un aragonés de una pieza, hacías honra a tu tierra, ya que a los aragoneses se les distingue por su hombría de bien, por su nobleza, por su tesón en acabar lo emprendido…pero sobretodo, ya desde pequeño resaltaba en ti tu amor a Dios y a la Virgen que tus padres te inculcaron y que iba creciendo en tu corazón, por eso se sirvió el Señor de ti para encomendarte su Obra, fundar el Opus Dei; Obra de Dios. Cuando alguien te saludaba como fundador, tu humildad te llevaba a decir: “Yo soy un fundador sin fundamento, el Fundador ha sido El “, refiriéndote a Dios. Siempre querías pasar inadvertido.
 “Que solo Jesús se luzca” solías decir cuando alguien admiraba tus hechos. Si, San Josemaría, como estás en el Cielo, pues la Iglesia te proclamó después de ver tus virtudes en grado heroico, quiero resaltar alguna de ellas. Amabas a todas las personas, sin distinción de razas, de culturas, de profesión de credos, porque decías “todos somos hijos de Dios”, eso sí, si estaban en el error se lo advertías con cariño y sin humillar, rezabas por ellos, pero jamás coaccionabas. Tu alegría contagiaba, nunca perdiste el buen humor porque veías en todos los sucesos la mano de nuestro Padre Dios. Te he oído comentar:”Un hijo de Dios puede estar cansado, pero triste no”.
Ante las contrariedades o trapisondas contra la Obra o tu persona no le dabas importancia, te dolía en cuanto eran ofensa a Dios. Jamás guardabas rencor, perdonabas y así enseñaste a tus hijos. Amabas mucho a tu tierra, te gustaba cantar jotas, pero tu corazón era universal; veías con alegría la prosperidad de otros países y en cuanto te era posible llevabas allí tu mensaje, por eso en la Obra que tu fundaste por inspiración divina caben todos los que Dios los llama por ese camino, blancos, negros, de todas las razas y colores, pobres, ricos, sanos, enfermos, intelectuales, artesanos, amas de casa… Nos enseñaste a santificar el trabajo, cualquier trabajo honesto “es un encuentro con Cristo”, si tratamos de hacerlo bien y por amor a El. Se puede preguntar ¿dóndes sacabas esa fuerza, ese amor? La respuesta es sencilla; del trato con Dios en la Eucaristía, La Santa Misa era el centro y la raíz de tu vida. Este era tu secreto; Dios, los demás y yo. En una carta es imposible enumerar tus virtudes, que corto se queda uno para lo grande que eras tu. Gracias San Josemaría por tu entrega generosa y amable a cuantas almas has hecho felices de los cinco continentes. Y felicidades.