La mentira como arma política

22/11/2015 - 23:00 Roberto Grao

Rupert Meyer que no fue un intelectual, sino un sencillo sacerdote alemán dedicado al servicio de las almas, conoció a Adolf Hitler en 1925 y reconoció en él enseguida la máscara de un político hipócrita, especialmente en algo que cualquiera de nosotros hubiera pasado por alto. Su primera observación fue la siguiente: “Hitler fanfarronea constantemente y no retrocede ni siquiera ante la mentira. Quien no respeta la verdad no puede hacer el Bien. Donde no se respeta la verdad no puede crecer la libertad, la justicia, ni la paz ni el amor” ¡Qué gran razón tenía al manifestar este juicio fruto de su experiencia! En efecto, las democracias avanzadas, después de la 2ª Guerra Mundial, aprendieron la lección y no permiten ni toleran a sus políticos que mientan o engañen a los ciudadanos, obligándoles a dimitir en cuanto tienen conocimiento cierto de que un político ha mentido en sus afirmaciones o en sus actos, haciendo lo contrario de lo que había prometido o engañando a otros con sus artimañas y falsedades. En España no sucede así todavía, quizás influidos por la picaresca tan arraigada en nuestra sociedad, por siglos de vicisitudes difíciles de superar especialmente por las clases más bajas, pero no solo por ellas Ahí están para probarlo las famosas novelas: La vida del lazarillo de Tormes, de autor anónimo; La vida del Buscón, de Francisco de Quevedo; Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán y tantas otras.
Esas novelas, además de criticar la hipocresía de las apariencias de las clases más altas, de muchos nobles y caballeros, reflejaban la astucia y el engaño desplegados por los protagonistas para sobrevivir al hambre y a su penosa situación social instalados en una determinada casta de desheredados de la que era imposible salir o mejorar. Había que esforzar al máximo la inteligencia y la voluntad, no para trabajar honradamente, sino para engañar al prójimo, comer y salir a flote cada día. De ahí que fueran considerados adalides de la desesperación y admirados por su astucia para superar situaciones comprometidas que, a cualquier otro hundirían en la tristeza y la depresión. Todavía hoy se suele hablar en España con admiración de los pícaros que mienten para conseguir sus propósitos de trabajar poco y ganar mucho dinero o engañar y defraudar a la Hacienda Pública. Hasta hay un dicho popular que afirma: “puesta la ley puesta la trampa”. Por eso no hemos conseguido aún erradicar la mentira de los políticos ni en general, de las relaciones sociales.
Tenemos que persuadirnos de que es fundamental no permitir la mentira bajo ningún pretexto a nadie y menos aún a los que representando a los ciudadanos en sus puestos políticos, deben dar ejemplo de honestidad y de profundo respeto a la verdad. Aquellos políticos con cargos de responsabilidad que incumplan esta elemental regla de no mentir ni engañar, deben dimitir o ser cesados inmediatamente, y en su caso exigirles responsabilidades civiles o penales por el delito o la falta cometida. Así avanzaremos en crear una sociedad democrática y justa que impida la corrupción de tantos políticos y empresarios e incluso simples ciudadanos, que no dudan en utilizarla para lograr sus propósitos de enriquecimiento personal a costa de los demás.
Hay que aborrecer la mentira y rechazar al mentiroso como enemigo de la sociedad y de la convivencia en paz, porque efectivamente, con sus mentiras distorsiona esa convivencia y dificulta la prosperidad de los pueblos, que debe basarse en el esfuerzo personal y en el trabajo honrado.