Béjar y Sigüenza hermanadas por los Arcos de San Juan

27/06/2012 - 15:38 Redacción

El arco a base de rosas y chopos es característico de algunas localidades que también celebran o han celebrado la fiesta de los arcos, de Aragón a Castilla – León pasando por Sigüenza se dibuja el sinuoso mapa de una fiesta singular y común a todas ellas: Albarracín (Teruel), Béjar (Salamanca) y Burgos, una coincidencia que sin duda tendrá un origen  común o un arraigo similar. En todas ellas se vincula a la celebración del solsticio de verano y a la necesidad de los niños de recoger dinero para celebrar sus fiestas.
Esta historia comienza cuando, con motivo de la celebración de San Juan, Carmen Cascón historiadora y miembro del Centro de Estudios Bejaranos, conoció un artículo de divulgación publicado en los Cuadernos de Etnología de la Diputación por Amparo Donderis, archivera municipal de Sigüenza. A partir de ese momento se inició una colaboración e investigación entre las historiadoras de ambas localidades con el fin de analizar qué tienen en común ambas tradiciones que en el futuro será analizada en conferencias y jornadas culturales en una y otra localidad. La primera iniciativa conjunta es la redacción de un artículo que va a divulgarse en la prensa local castellanomanchega y castellanoleonesa.

En Sigüenza

Los Arcos de San Juan son una de las fiestas más tradicionales de la ciudad de Sigüenza. Una fiesta con un profundo carácter popular, alegre e infantil, que  alienta el solsticio y celebra la llegada  del verano. Es una fiesta de calle y de barrio, sostenida económicamente y alimentada por sus vecinos, dedicada a mujeres y niños. La celebración del solsticio es una fiesta de origen pagano, un homenaje al sol que fue cristianizado en la figura de San Juan Evangelista niño y adornada con unos arcos tejidos de primavera, de origen incierto.

La preparación del arco se inicia la tarde del 22 de junio con la recogida de ramas de chopo y  olorosas “sanjuaneras”. Al filo de la media noche grupos de niños con algún mayor se dirigen a  coger rosas multicolores arrancadas furtivamente de unos jardines que al día siguiente amanecerán huérfanos de rosas, como manda la tradición. El 23 de junio, a media tarde comienza la elaboración del “Arco de San Juan”: una imagen del Santo niño colgada sobre una primorosa colcha de ganchillo, rodeada de un arco  metálico forrado de ramas de chopo y plagado de rosas, a sus pies un sencillo altar con un buen mantel. Ataviados con el traje típico y los niños con grandes bigotes pintados a carboncillo,  piden dinero a todo aquel que se acerca a visitarles: “una perrilla p´al arco” “ San Juan no come” “ pero comemos las sanjuaneras”, repiten  a modo de ritual; beben chocolate, bailan y cantan canciones típicas de este día, mientras esperan impacientes la llegada del jurado que premiará el arco mejor trabajado.
Hace años, las jóvenes “chocolateras y sanjuaneras” ataviadas con  cualquier atuendo pero arropadas por un mantón de ganchillo, se acercaban aquel día a la “Pradera de las mozas” cerca del “Ojo”, a bailar y tomar el tradicional  chocolate. Hoy esta costumbre está algo desarraigada, aunque aún perdura, convertida en un desayuno que al día siguiente se ofrece a los niños de cada arco. También hay quien se va de merienda.
Al llegar la medianoche, se enciende una hoguera en la Plaza Mayor para impulsar energía al sol, según la tradición más ancestral. Cuando sólo quedan las cenizas, es el momento de  bailar con la rondalla, beber chocolate caliente y recoger el premio. Mientras, se aprovecha para  cumplir con la tradición de regalar ramos de rosas o colgar cardos en las ventanas  de aquellas mozas que no merecen otra cosa.

En Béjar
El amanecer del día 24 de junio trae consigo griterío de chiquillos, alegres sus ojos y prontas sus manos para alzar hacia el cielo el arco más bonito de Béjar. Los planes trazados jornadas antes se siguen a rajatabla o se introducen mejoras sobre la marcha. Familiares y niños, padres y madres, abuelos y nietos, unen voluntades, trabajan codo a codo. Lo primero, una mesa, trasunto de altar, con su imagen respectiva de San Juan Bautista, llamado ese día cariñosamente por todos “San Juanito”; luego la estructura de hierro, metal o lo que sea que sirva para sostener la hiedra y el verde, cuanto más frondoso mucho mejor; y por último imaginación: profusión de cadenetas de colores, globos, flores, alfombras de flores, panes y uvas, un cordero de verdad, manteles bordados, mantillas, cualquier cosa con tal de llamar la atención del transeúnte.

Y, una vez confeccionado el arco a primera hora de la mañana, es hora de que los críos con su cantinela característica de “una pesetita para San Juanito” se lancen a asaltar al transeúnte bandeja o cestillo en mano. Ante la frase petitoria habitual es tradición que el dadivoso ciudadano responda reticente “San Juanito no come” y los niños a coro repliquen “Sí, pero gasta calzones”, consiguiendo la recompensa debida en forma de tintineantes y brillantes monedas, invertidas más tarde, una vez repartidas entre los niños adscritos a cada arco, en chucherías. Un jurado recorre uno por uno cada arco- altar, valorando imaginación y predominio de los elementos naturales, tiempo y simpatía, colocando una nota. El veredicto se emitirá por la tarde, una vez que los arcos, parte de una arquitectura efímera y volátil, desaparezcan a la hora del almuerzo.
La tradición de los Arcos de San Juanito ha podido ser rastreada en la prensa local por lo que sabemos que proviene al menos de finales del siglo XIX. Desde entonces se ha mantenido casi inalterable a lo largo del tiempo, a excepción hecha de que entonces los arcos poseían una vida menos efímera, pues se mantenían a lo largo de varios días y se utilizaban como polos de atracción para la festiva noche del día 23 al 24, noche de misterio plena de luces pavorosas, salidas de las hogueras realizadas junto a la iglesia de San Juan. Los vecinos se congregaban en torno a ellos, atraídos por los sones de la música emitidos de los instrumentos instalados a su vera. En aquel tiempo los arcos ostentaban un significado a medio camino entre lo infantil y lo adulto.
La costumbre estuvo en riesgo de desaparecer tras la Guerra Civil, aunque continuó en barrios aislados y los grupos de niños asaltantes, llamados “estraperlistas”, solían las más de las veces carecer de arco. El hambre hacía estragos entonces y unas perrillas podían solucionar la vida de una semana. En 1966 el párroco de San Juan Bautista, don Carlos Muñoz, hizo un llamamiento en los periódicos para recuperar la tradición y en 1969, gracias a la colaboración de la empresa “Carbónicas Molina”, se vuelven a retomar los arcos. Desde entonces la fiesta se celebra por el apoyo desinteresado de Molina, la parroquia de San Juan y el ayuntamiento de Béjar. Personas nombradas por estos tres colectivos nombran al jurado que es el que evalúa los arcos. Esta empresa bejarana destina un presupuesto importante para premiar los trabajos de los niños según el examen matinal, pero también se efectúa un sorteo por la tarde. Ningún niño se queda sin recompensa: desde toallas, pasando por camisetas, chapas, mochilas, bicicletas, balones hasta dinero para los 3 mejores. El brillo en los ojos de los pequeños es la  mejor recompensa del día.