Los barrios de Pastrana viven con alegría en plena calle su fiesta de las Cruces de Mayo

01/05/2015 - 15:12 Redacción

La villa ducal vive una de las tradiciones locales más bonitas del año, y eso en Pastrana (Guadalajara) es mucho decir, como es la fiesta de las Cruces de Mayo, declarada de Interés Turístico Provincial. Anoche, a partir de las once, los Dulzaineros de Guadalajara caldeaban el ambiente por los barrios del pueblo, en una velada en la que, como ya anunciaran los meteorólogos, la temperatura fue subiendo hasta hacer innecesaria la chaqueta incluso de madrugada.

En la misma plaza del Ayuntamiento, y sobre un escenario colocado en el esconce que hace la Plaza del Ayuntamiento antes de convertirse en calle Mayor, se había colocado para presidir la celebración una bonita talla de la Inmaculada, “de la Virgen María o flor de las flores”, aclara Emilio Esteban, el párroco local. Después de terminar de afinar guitarras y laúdes en la misma puerta de la Casa Consistorial, los integrantes de la rondalla de Pastrana se subían al tablado para cantar los “Mayos a la Virgen” y después a “Las mozas”, precedidos de unas breves palabras del alcalde de Pastrana, Ignacio Ranera. El regidor dio la bienvenida a los vecinos y visitantes que allí se congregaron y dio los correspondientes vivas que daban inicio a la celebración. Antes, don Emilio, como todo el mundo conoce al párroco en la villa ducal, recordaba que el día 30 de abril “celebramos el día de San Pío V, que convirtió, gracias a la petición de los duques de Pastrana, nuestra iglesia en colegiata”. Seguidamente, y cuando el reloj precisamente de la Colegiata dio las doce sobre una luna en cuarto creciente, la rondalla cantó los “Mayos a la Virgen”, cuya letra y música son de origen desconocido.

Son los mismos que se han cantado siempre en la villa ducal, llegados hasta nuestros días transmitidos de padres a hijos por tradición oral. Actualmente se interpretan con sólo unas leves correcciones de lenguaje, bastardeado al correr el tiempo, y el añadido de la estrofa número 22 de los “Mayos a las Mozas”. El autor de estos últimos, que se cantan después de los dedicados a la Virgen, es el que fuera cronista de Pastrana y gran estudioso de temas pastraneros, Francisco Cortijo (1910-1992). “Prosigamos muy gustosos/que la licencia tenemos,/ y cantaremos el Mayo/a la Reina de los Cielos”, dice una de las seguidillas que la rondalla dedicó a la Inmaculada. “Vino fin de abril/floreciendo a mayo/con verdes pimpollos/blancos y encarnados”, canta otra, en esta ocasión dedicada a las mozas. Cuando terminaron de entonarse unos y otros mayos, la rondalla cambió las seguidillas por las jotas, así como también lo hizo el tono calmado y sereno de las coplas por la chispa y el humor de los versos inventados por el pueblo de Pastrana. Cantaron jóvenes y mayores, que levantaron los aplausos de los presentes con cada una de sus sentidas interpretaciones. Para terminar los Mayos, el Ayuntamiento invitó a los presentes a bollos, rosquillas y limonada, allí mismo, en la Plaza. En la villa ducal, el canto de los mayos está unido a la celebración del Día de la Cruz, efeméride que en realidad corresponde exactamente al día 3 de mayo. Según cuenta la tradición católica, Santa Elena, que era la madre del emperador romano Constantino, viajó a Tierra Santa para buscar la Cruz de Cristo, propósito que logró, después de excavar la tierra del Monte Calvario en una de las colinas cercanas a la ciudad de Jerusalén. Allí se descubrieron tres cruces, las de los ladrones Gestas y Dimas que acompañaron en su martirio a Jesús, y también la de Jesús. Fue esta última la que obró el milagro de curar a un enfermo. Desde entonces, muchos peregrinos llegados a ciudad santa se trajeron como reliquia un trocito de aquella cruz, o lignum crucis. En la Colegiata de Pastrana se conservan varios pequeños fragmentos en torno a los que, desde tiempo inmemorial, la villa ducal celebra la Fiesta de las Cruces de Mayo. Bien pasada ya la una de la mañana, y después de que los cantantes y el público presente hubieran repuesto fuerzas con la sangría y los dulces, se iniciaba el recorrido por las ocho cruces de mayo que habían elaborado previamente otros tantos barrios del pueblo sobre paredes emblemáticas de cada vecindario. La ronda la precedían los Dulzaineros de Guadalajara y miembros de la corporación municipal, encabezados por el alcalde de Pastrana, Ignacio Ranera. La visita empezó, como es tradicional, por la de la Plaza del Heruelo. Allí estaba Cándido García, a quien a sus setenta y seis años cumplidos la alegría no le cabía en el cuerpo. Bailaba y cantaba en la lumbre que su barrio unido había preparado para asar unas chuletas y cenar. Cándido explicaba cómo habían adornado la cruz, “que vestimos con hojas y flores de lila”. Bajo la madera recubierta de verde, “se pone una mesa como altar, cuadros de la Virgen y santos, y alguna poesía, como esta que dice: ¡Qué bonito es Pastrana!/ ¡qué bonito es mi pueblo!/ la fuente de los Cuatro Caños y la Plaza del Heruelo/ esta plaza tan bonita está llena de relicarios/ aquí se cantan los mayos a la Virgen todos los años…”. Y así, cantando su júbilo a propios y extraños, explicaba cómo es la fiesta. Cándido, pleno todavía de energía, porque según recordaba ayer “he sido campeón de pelota a mano y buen corredor”, se ha vestido hoy con una chaqueta de esquilador “para cepillar el traje a los forasteros como era costumbre, cuando llegaban a Pastrana llenos de polvo del camino y se les daba vino y galletas para que dieran un donativo al barrio para hacer la Cruz y preparar la fiesta”. El pastranero recordó ayer con cariño al ausente Paco Clavel, vecino del barrio de El Heruelo y gran valedor también de la fiesta de las Cruces de Mayo. En la Cruz del barrio de Las Monjas estaba María Mercedes Jabonero para explicar cómo la habían decorado ellos. “Le ponemos de fondo una colcha blanca, con unas cortinas rojas a los lados y, aunque otros años dejamos la Cruz sola, éste la hemos adornado más, con laurel, lilos y lirios, y también con unos cuadros y espejos que yo misma he restaurado”. Hoy, el barrio come y cena en plena calle de Las Monjas. Mari, como la llama todo el mundo, contaba ayer cómo limpiaban en su barrio los trajes para pedir el aguinaldo. Usaban, además del cepillo, “una palangana con agua y una poquita esencia, y una toalla con la que el forastero se lavaba y secaba las manos”. Mari ofreció bollos y limonada a todos los que se acercaron a la Cruz de Las Monjas. En de la “Placituela” del Altozano el barrio entero se unió para tejer su cruz. Todos, niños y mayores, muchos de ellos de la familia Sánchez Cámara, disfrutaron de la fiesta, pero principalmente Ascensión Cámara Ranera, de 86 años, que vive intensamente esta bonita tradición, rodeada de sus hijos, nietos y bisnietos. Los vecinos ponen la cruz sobre la fachada de la casa rural que se levanta donde antes hubo una antigua vivienda de paredes de yeso. “Sobre ella clavábamos las alcayatas para sujetar los cuadros, porque entonces la cruz estaba fija sobre la pared. La vestíamos con lirios, flor de espino, rosas y todas las que encontrábamos en el campo. En la lumbre se tostaban cañamones y garbanzos, los tostones que llamábamos, y que se acompañaban de limonada”, recuerda Ascensión. Hoy día, con el mismo mimo, pero sobre una estructura, los vecinos de El Altozano elaboran la cruz, algún año exactamente igual que las de antaño, calcándola de viejas fotografías en blanco y negro. La de 2015, que empezaron a preparar ya el fin de semana pasado, tiene como protagonistas imágenes de ángeles de porcelana que son la debilidad de una de las hijas de Ascensión, pero lo que nunca falta es el corazón del niño Jesus y una manualidad hecha en su día por las monjas de clausura del Convento de San José. En la Calle de Los Rojos los vecinos vistieron durante muchos años una cruz de madera pequeña, hasta que desapareció, “y hace ya unos años, el Ayuntamiento nos entregó otra que había hecho la escuela taller y que cuidamos con cariño”, dice Lorenzo Jabonero. Cada año la varían un poco por cambiar, “para que no nos digan que somos unos aburridos”, dice con humor Lorenzo. La de este año estaba vestida con los brazos de hiedra. En la Plaza del Pilarejo, o la Plaza de la Iglesia, estaba Pilar Gutiérrez, que destacaba sobre todo la armonía y la alegría con la que su barrio vive la Fiesta de las Cruces de Mayo. “Nos juntamos cerca de setenta vecinos. Comemos, cenamos y cepillamos a la gente”, resumía. El recorrido de la ronda continuó, hasta altas horas de la madrugada, por las cruces de las calles de El Viento, Albaicín y Fuenperemnal.